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lunes, 12 de enero de 2015

El café de nadie, de Arqueles Vela

Arqueles Vela Salvatierra fue uno de los máximos exponentes del estridentismo en América Latina, e incluso en el mundo entero. La facilidad con la que experimentaba con el eclecticismo de esta vanguardia hacía que sus textos se conformaran como obras originales, únicas y de gran calidad estética. Fue uno de los grandes y se codeó con autores de la talla de Miguel Ángel Asturias y Manuel Maples Arce. Fue un escritor, ensayista, educador y pedagogo prolífico que apostó por la educación como una vía necesaria para el crecimiento intelectual de México y Centroamérica. De alguna forma, compitió reputación intelectual con su hermano, David Vela, quien fue una personalidad reconocida en Guatemala, por tanto, Arqueles pareció haber preferido México como lugar de residencia para evitar roces.[1]

Muchos de los cronistas e historiadores de la literatura centroamericana sitúan Tapachula, Chiapas, como lugar de nacimiento de este prosista. Estudió desde pequeño en Guatemala y se dedicó en su temprana juventud a los estudios humanísticos. A los 21 años se dio a conocer como periodista y escritor gracias al apoyo de algunos medios de comunicación impresos de la época. Posteriormente se integró a El Universal Ilustrado; allí alcanzó el puesto de secretario de redacción en 1921. En un momento, el escritor viajó a Madrid, Roma, París y Berlín a tomar cursos de posgrado en algunas universidades de Europa. Regresó a México a los 33 años.[2]

Trabajó como educador, director de escuela, pedagogo y periodista. Tomó como pseudónimo el nombre de Silvestre Paradox. Arqueles Vela también fue el principal fundador y promotor de las escuelas nocturnas para trabajadores, e igualmente colaboró con el programa de cursos radiofónicos de la Secretaría de Educación Pública[3] como locutor y también como productor de los contenidos que se compartían por esa vía. Asimismo, formó parte del grupo estridentista, característica importante de su trabajo literario y periodístico, por la cual fue reconocido. De hecho, fue uno de los mayores exponentes y principales figuras de este. Fue miembro de la Sociedad Internacional de Críticos de Arte y recibió en 1949 el reconocimiento de las Palmas Académicas por parte del gobierno francés. Falleció en la Ciudad de México en 1977 a los 78 años de edad.

Estridentismo
El estridentismo fue una de las vanguardias de principios del siglo XX. Fue fundada en México el 31 de diciembre de 1921 por Manuel Maples Arce, quien escribió el primer manifiesto estridentista. El movimiento proponía una relación interdisciplinaria de las artes combinando el cubismo, el futurismo y el dadaísmo. Fue un movimiento ecléctico que desarrolló una dimensión social, cultural y actual. El mismo movimiento publicó varias revistas de temática estridentista, como Ser, Irradiador, Horizonte y Semáforo, además del periódico El Gladiador.[4]

Entre los colegas de Manuel Maples Arce que se unieron al movimiento y que lograron ser grandes exponentes del mismo se encontraban Salvador Gallardo, Leopoldo Méndez, Arqueles Vela, Germán Cueto, Ramón Alva de la Canal y Germán List Arzubide. El grupo estridentista se reunía en el afamado Café de nadie, donde se sentaban a discutir temas intelectuales y del arte.[5] Cabe destacar que el movimiento no se redujo únicamente a la literatura, pues se manifestó en la fotografía, el periodismo, la música y las artes visuales. Algunos otros personajes estridentistas reconocidos son Tina Modotti, Luis Quintanilla, Diego Rivera, Ángel Salas, Emilio Amero, Armando Zegrí, Jean Charlot y Edward Weston.

En Guatemala el movimiento estridentista logró una publicación importante: la revista Etcétera. En esta se contó con la participación de David Vela, el hermano de Arqueles Vela, y también de Miguel Ángel Asturias.

Arqueles Vela Salvatierra
Arqueles Vela fue un escritor prolífico. Por su experiencia laboral no se dedicó únicamente a la literatura, sino que aportó en concepto de ensayos, propuestas pedagógicas y textos historiográficos. Es más reconocido por obras como La señorita etcétera, El café de nadie, Cuentos del día y de la noche y Un crimen provisional. A continuación se presentan algunas de sus obras más destacadas[6] cronológicamente. Incluye ensayos, cuentos y novelas.

Primer poemario: El sendero gris y otros poemas (1921)
La señorita etcétera (1922)
El café de nadie[7] (1926)
Un crimen provisional (1926)
El intransferible (1927)
El viaje redondo (1929)                               
Cantata a las muchachas fuertes y alegres de México (1940)
Evolución histórica de la literatura universal (1941)
Cuentos del día y de la noche (1945)
Teoría literaria del modernismo (1949)
Elementos del lenguaje y didáctica de la expresión (1953)
La volanda (1956)
El picaflor (1961)
Análisis de la expresión literaria (1965)
Luzbela (1966)

La obra: El café de nadie

Aída Toledo afirma que El café de nadie toma su nombre del sitio de reunión de los estridentistas. Aquí, Vela muestra a través de un personaje femenino, Mabelina, su idea de desdoblamiento, de desintegración de la personalidad que se adapta muy bien a la superposición de planos del cubismo.[8] Asimismo, cuando se lee el texto se comprende esa ansiedad y desolación características de “lo actual” de la modernidad.

La novela es sencilla: existe un café, que seguramente es un bar, y se llama “El café de nadie”. Pocos parroquianos llegan al lugar, pero particularmente hay dos que se sientan siempre en el mismo gabinete a hacer nada. Nada piden, nada toman, nada desean más que estar y ser. Mabelina, la protagonista[9], conoce este lugar. Ella es una mujer atractiva, seductora, que tiene muchos amantes. No se entiende concretamente si es una prostituta o es únicamente una mujer afectada por la modernidad que busca amantes y los tiene sin culpa.

Pues Mabelina está enamorada de un hombre cuyo nombre jamás sabremos. Este hombre es un intelectual, un escritor quizás, que se ha envuelto en ella, sin enamorarse. Le gustan sus piernas, sus labios y su cuerpo. Se atreve a tocarla en público en medio del café. Y ella tiene ese dilema existencial: él pareciera ser El Hombre; pero para él ella es nomás una mujer.

La historia transcurre cadenciosa, superponiendo planos diferentes de diferentes momentos. Como escenas de una película que se cortan capítulo a capítulo para darnos a entender qué es lo que sucede mientras Mabelina, o los parroquianos, o los meseros se ausentan de la escena principal, que resulta ser la que estamos leyendo.

Hay algo particular en la escena (o capítulo) 10. Aquí Arqueles Vela nos dice explícitamente: Este café no es el café de nadie: es el café estridentista. El capítulo 10 inicia con una lista: “Germán List Arzubide, Marco-Aurelio Galindo, Carlos Noriega Hope, Fernando Bolaños Cacho, Oscar Leblanc, Ortega, Fernando Sosa, Otilio Gutiérrez Muñoz, Ernesto García Cabral, Júblio, José Moreno Ruffo…” (29) Al hacer una breve investigación sobre estos nombres, se cae en cuenta que la mayoría de los listados formaron parte del movimiento estridentista. Por lo tanto, quizás la misma Mabelina lo sea.

Quizás Mabelina es el estridentismo en sí mismo, esa mujer seductora, que quiere con todos, pero que nadie quiere con ella. De esta forma Arqueles Vela entrega una corta novela que conmueve el sentimiento de desolación tras la pérdida del único amor que es necesitado: el que no se recibe.

Vela también trabaja con personajes aleatorios para dar más profundidad a la historia. Están los dos parroquianos que entran siempre al mismo tiempo hacia el mismo gabinete. También los meseros, que no saben si son o no los dueños del café. Está la calle, la referencia a la música, al vals. Esa forma romántica de referirse a Mabelina como: “Parece que presientes los huecos del vals, las evasivas del fox, las languidescencias de los blues (…) En el charleston juegas a la comba de la música”. (19)

La historia finaliza con una reivindicación, con una forma de liberación. Mabelina sale por la puerta principal del Café de nadie, con la esperanza de algo nuevo (¿Quizás la literatura renovada?): “Mabelina se queda un momento indecisa. Después, rectificándose, empuja la puerta del Café hacia el alba que va levantando el panorama de la ciudad”. (34)

Esta obra es una singular joya de las vanguardias en Latinoamérica. En ella, Arqueles Vela transmite todo el sentir de la modernidad, de esa rapidez con que comenzaban a caminar las cosas. Hay taxis, hay cafés, hay mujeres que tienen muchos hombres y aman al que no las quiere. En fin, este texto es una aventura para conocer una manifestación pura de la vanguardia literaria en América Latina.


Referencias bibliográficas

Diccionario de escritores en México. http://www.arts-history.mx/literat/li.htm

El estridentismo: http://espacioliterario.obolog.com/estridentismo-223471

Mojarro Romero, Jorge. "Arqueles Vela, el estridentismo y las estrategias de la vanguardia." Hipertexto 2009: 74 - 81.

Página de literatura guatemalteca: www.literaturaguatemalteca.org/avela.htm





[1] Mojarro Romero, Jorge. "Arqueles Vela, el estridentismo y las estrategias de la vanguardia." Hipertexto 2009: 74 - 81.
[2] Diccionario de escritores en México. http://www.arts-history.mx/literat/li.htm
[3] Diccionario de escritores en México. http://www.arts-history.mx/literat/li.htm
[4] El estridentismo: http://espacioliterario.obolog.com/estridentismo-223471
[5] Vela, Arqueles. “El café de nadie, La señorita etcétera, etcétera”. Guatemala: Tipografía Nacional, 2008.
[6] Esta lista se encuentra en el Diccionario de escritores en México. http://www.arts-history.mx/literat/li.htm
[7] Vela, Arqueles. “El café de nadie, La señorita etcétera, etcétera”. Guatemala: Tipografía Nacional, 2008. Todas las citas provenientes de esta edición se señalarán únicamente con el número de página entre paréntesis.
[8] Vela, Arqueles. “El café de nadie, La señorita etcétera, etcétera”. Guatemala: Tipografía Nacional, 2008. Contraportada.
[9] O al menos a mi parecer es la protagonista humana, junto con el café, que es el protagonista contextual.

miércoles, 4 de junio de 2014

El caso de la novela testimonial: La ceremonia del mapache, de Otoniel Martínez

La tarea de reconstruir un pasado doloroso puede devenir en estrategias discursivas evasivas, incluso fantásticas, que rehúyen de alguna manera la revisión precisa de la Historia. La ceremonia del mapache[1] es, por sobre todos los géneros en los que pueda encasillarse un texto, una novela. Sin embargo, su autor, Otoniel Martínez, nacido en El Cuje, Santa Rosa, Guatemala, en 1953, afirmó en conversación electrónica con Aida Toledo, que esta obra se nutre de detalles, voces y pasajes, recogidos de diferentes conversaciones que él mantuvo con allegados y testimoniantes durante su tiempo en exilio. En este sentido, Toledo afirma que la obra de Martínez se encuentra, como tantas otras, en un espacio no definible de los géneros literarios[2], aunque físicamente parezca una novela sobre la guerra.[3]
El objetivo primordial de este ensayo es, no solo demostrar el recurso lingüístico-sígnico del que se adueña Martínez para hacer lo que Toledo llama una reconstrucción de la historia no oficial, sino validar un texto con fronteras tan porosas como una forma autorial de testimonio con base en la teoría que se ha compuesto alrededor de este género y de las comparaciones con los testimonios previos que se han estudiado en el curso. En este sentido, los personajes Mam y Tamagás, que tienen voces discursivas y narrativas completamente diferentes, constituyen un punto medular en la estructuración gramatical, semántica, sintáctica y lingüística de la obra.
De esta manera, Toledo afirma que el uso del lenguaje en general en la novela de Otoniel orilla al lector crítico a recordar las definiciones sobre poder y verdad de Foucault[4], y las maneras en que según Homi Bhabha, los sujetos neocoloniales subvierten el poder colonial, carnavaleándolo, vaciándolo de poder y volviéndolo inefectivo. En el caso puntual de La ceremonia del mapache, en los capítulos impares las estrategias militares son contadas de manera completamente fragmentada y con una desconexión gramatical que llama mucho la atención. Toledo acota que esto alude a cuando no es posible oír una conversación telefónica completa, aunado a los motes y conductas ridículas de los militares frente a sus subordinados.
Personalmente, llama poderosamente mi atención esa deconstrucción lingüística en el discurso de Tamagás. Se percibe tanto como si él tuviese mucho qué decir, pero con poca posibilidad de comunicarlo efectivamente. Tamagás no se reivindica con la palabra: se escuda y esconde en un aparato sígnico descompuesto y deformado. Su discurso es golpeado, pausado en un intento de comprensión por parte del lector o la lectora, que a momentos puede perderse por la (sorpresiva) ausencia parcial de signos de puntuación. El discurso se reduce a símbolos de importancia, obviando artículos, pronombres o recursos lingüísticos que podrían calificarse fríamente como “de relleno”. El lenguaje se abstrae para decir únicamente lo que se puede (o debe) decir.
Aunque se deconstruye sintácticamente, este disloque sintáctico no obliga a desentender. Las palabras deben relacionarse intuitivamente por la lectora o el lector para “amarrar” sentidos y designar. Cuando Tamagás se presenta en los capítulos donde la voz está tomada por Mam, se le reconoce fácilmente por la estrategia lingüística utilizada por el autor:
Media hora más tarde estuvieron de vuelta y Mam se acercó a Tamagás que llegaba farfullando.
- Pues no pudimos ver ni mierda vos fijáte que llegamos hasta una casita y cuando no oyeron se encerraron entonces el teniente les gritó que abrieran la puerta y salieran con las manos en alto pero no le hicieron caso entonces rompió a culatazos la ventana y les dejó ir un granadazo cuando entramos dos patojitos y tres viejas ya habían palmado y ahí a la par de ellos los pedazos de un viejito… (Martínez, 78)
De esta manera, el autor da indicios de un contacto, quizás fático, entre las voces narrativas. Así se construye un paralelismo narrativo, una intencionalidad en aclarar que ambas voces se presentan juntas en determinados momentos, pero jamás se reúnen. Quien lee queda, hasta el final, embebido por un deseo de encuentro entre discursos y voces.
Por otra parte, es importante hacer notar lo que Toledo apunta en su ensayo “Estrategias de reconstrucción de la historia no oficial: La ceremonia del mapache de Otoniel Martínez”. Y es que esta novela tiene corte testimonial pues fue una recreación de diversos testimonios tomados por el autor y ficcionalizados para separarse, de alguna manera, del testimonio con mediación del que habla Margaret Randall.[5] 
En esta novela, empero, Martínez, citado por Toledo, afirma que tuvo gran tentación por transcribir todo a nivel testimonial mientras recababa la información que conforma la historia de la obra. Finalmente, dio a luz a una ficción histórica. El autor aseveró que los testimonios aportaban datos, como fechas, lugares y nombres; y como él también es periodista, la tentación de mostrar los hechos era muy grande. Fue un colega quien le sugirió escoger la forma ficcional.[6]
De esta forma, Otoniel Martínez realizó lo que Elena Poniatowska hizo con Hasta no verte, Jesús mío, pues se tomó muchas libertades al recrear el lenguaje de sus personajes y combinó el caló de diferentes regiones del país, tomando como base la diversidad de sus testimoniantes. Cynthia Steele acota que fue esto parte medular del proceso de Poniatowska, pues tenía como objetivo crear una especie de denominador común del habla femenina popular.[7] Quizás el denominador común que Martínez buscaba se hallaba en el habla popular de sus testimoniantes:
Una claridad extraña le permitía vigilar mejor el sendero. Lo sobresaltó una sombra en medio del camino. Cas, el mapache, alzado sobre las patas traseras lo miraba desde sus anteojos obscuros. “Un sospechoso”, pensó con simpatía. “Ha de andar buscando cangrejos en la quebrada…” (Martínez, 219)
En este sentido, la misma Steele afirma que una solución cada vez más popular al dilema crítico de la novela testimonial es pasar por alto la dimensión biográfica y tratarla como una novela cualquiera, pero esta solución atribuye implícitamente toda la autoridad creativa a uno de los dos (o más) autores del texto.[8] Sin embargo, en La ceremonia del mapache se encuentran diferentes testimonios y discursos que se reducen a dos voces: Mam y Tamagás. Básicamente, este personaje bífido está construido por una colectividad, en tanto cumple la función de concientización y representación del testimonio.[9]
Por su lado, Begoña Huertas defiende que los puntos de coincidencia admitidos unánimemente para encasillar una obra como novela testimonio son la presencia de un testigo directo y el reflejo a través de su discurso de un periodo histórico.[10] Ambos elementos se presentan constantemente en La ceremonia del mapache. De hecho, la presencia de varios testigos directos se evidencia explícitamente en una carta electrónica de Martínez a Toledo:
La trama de Mam nace de un testimonio cuya transcripción se encuentra en México. El hecho de haber entrado en contacto directo con el protagonista permitió obtener otros elementos descriptivos que requerían la distancia de la tercera persona para desarrollarlos.[11]
Asimismo, Toledo confirma que ambos relatos se producen en el mismo contexto histórico, durante la guerra de guerrillas en el espacio temporal del fin de la primera e inicio de la segunda fase contrainsurgente. La misma autora asegura que la primera fase se da hacia 1962 y la segunda en 1981. Concluyentemente, si la fórmula de Huertas para encasillar como novela testimonial una obra es certera, también lo es la instauración de La ceremonia del mapache en esta categoría.
De esta manera, la novela de Otoniel Martínez se inscribe como una novela testimonial al recoger los testimonios de diferentes personas y conformar un hilo histórico que, con base en diferentes voces y discursos, no solo es una creación literaria que se auxilia de la ficción para separarse de alguna forma del sentimiento cruento del conflicto armado interno, sino dar una narración de la historia de los oprimidos durante esta etapa fidedigna.












Obras citadas

Beverley, John y Hugo Achúgar. La voz del otro: testimonio, subalternidad y verdad narrativa. 2ª edición. Guatemala: Universidad Rafael Landívar, 2002.

González, María Virginia. “Tensiones en la crítica: el testimonio”. Argentina: Universidad Nacional de La Pampa. 2004. 3 de julio de 2013. celehis.webs.com/actas2004/ponencias/28/3_Gonzalez.doc.

Huertas Uhagón, Begoña. “El postboom y el género testimonio. Miguel Barnet”. En: Cauce, España. 2004: 165 – 175.

Martínez, Otoniel. La ceremonia del mapache. Guatemala: Óscar de León Palacios, 1996.

Restrepo, Alejandra. “El testimonio: género fronterizo”. En: Cuadernos Americanos, México. 2009: 101 – 123.

Toledo, Aida. “Estrategias de reconstrucción de la historia no oficial: La ceremonia del mapache de Otoniel Martínez”. En: Revista Istmo, no. 16. 11 de noviembre de 2013: http://istmo.denison.edu/n16/articulos/toledo.html#biblio



[1] Otoniel Martínez. La ceremonia del mapache. Guatemala: Óscar de León Palacios, 1996. Todas las citas que provengan de esta edición se indicarán con el número de página entre paréntesis.
[2] Vale la pena hacer hincapié en que el testimonio, como hasta el momento hemos constatado, es un género fronterizo, con límites porosos que no permite que el mismo se encasille. En este sentido, es importante revisar nuevamente a Alejandra Restrepo. “El testimonio: género fronterizo”. En: Cuadernos Americanos, México. 2009: 101-123.
[3] Aida Toledo. “Estrategias de reconstrucción de la historia no oficial: La ceremonia del mapache de Otoniel Martínez”. En: Revista Istmo, no. 16. 11 de noviembre de 2013: http://istmo.denison.edu/n16/articulos/toledo.html#biblio
[4] María Virginia González afirma que a partir de los aportes de Foucault, el discurso literario tiene voluntad de verdad y esta se consolida mediante mecanismos de aceptación del texto como un hecho literario. Para más información sobre esto, ver González, María Virginia. “Tensiones en la crítica: el testimonio”. Argentina: Universidad Nacional de La Pampa. 2004. 3 de julio de 2013. celehis.webs.com/actas2004/ponencias/28/3_Gonzalez.doc.
[5] Para más información, ver Margaret Randall. “¿Qué es y cómo se hace un testimonio?” en John Beverley y Hugo Achúgar. La voz del otro: testimonio, subalternidad y verdad narrativa. 2ª edición. Guatemala: Universidad Rafael Landívar, 2002, 33-59.
[6] Aida Toledo. “Estrategias de reconstrucción de la historia no oficial: La ceremonia del mapache de Otoniel Martínez”. En: Revista Istmo, no. 16. 11 de noviembre de 2013: http://istmo.denison.edu/n16/articulos/toledo.html#biblio
[7] Cynthia Steele. “Testimonio y autoridad en Hasta no verte Jesús mío, de Elena Poniatowska” en John Beverley y Hugo Achúgar. La voz del otro: testimonio, subalternidad y verdad narrativa. 2ª edición. Guatemala: Universidad Rafael Landívar, 2002, 168.
[8] Cynthia Steele. “Testimonio y autoridad en Hasta no verte Jesús mío, de Elena Poniatowska” en John Beverley y Hugo Achúgar. La voz del otro: testimonio, subalternidad y verdad narrativa. 2ª edición. Guatemala: Universidad Rafael Landívar, 2002, 169.
[9] Para profundizar en este aspecto, ver George Yúdice. “Testimonio y concientización” en John Beverley y Hugo Achúgar. La voz del otro: testimonio, subalternidad y verdad narrativa. 2ª edición. Guatemala: Universidad Rafael Landívar, 2002, 221-242.
[10] Begoña Huertas Uhagón. “El postboom y el género testimonio. Miguel Barnet” en: Cauce, España. 2004: 169.
[11] Aida Toledo. “Estrategias de reconstrucción de la historia no oficial: La ceremonia del mapache de Otoniel Martínez”. En: Revista Istmo, no. 16. 11 de noviembre de 2013: http://istmo.denison.edu/n16/articulos/toledo.html#biblio

jueves, 6 de junio de 2013

Más allá de la construcción verbal: Quizá ese día tampoco sea hoy, de Vania Vargas


Hablo como el intento de poeta que soy cuando afirmo que escribir y publicar poesía es una tarea difícil. Personalmente, considero a esta como la forma más delicada de exponerse uno mismo. Es una suerte de autobiografía que se trabaja con delicadeza y arte. Por tanto, me confieso poco partidario de aquellos poemarios en donde es evidente el desaforo en el trabajo por parte del autor: la poesía es, para mí, siempre un impulso, una eyaculación y un desahogo. Sobretrabajar un poema es enmascarar una idea, atestarlo de maquillajes y pretensiones. Claro está, esto no significa que cualquier convulsión es digna de ser llamada poema; está el trabajo delicado, el perfeccionamiento y el oficio del escritor que, en mi concepto, establecen un hiato enorme entre la labor de la escritura poética personal y la construcción verbal.
Hace algún tiempo, después de haberme abstenido de leer poesía guatemalteca contemporánea por decisión desmedidamente personal[1], adquirí en la Filgua 2012 el poemario Quizás ese día tampoco sea hoy[2], de Vania Vargas. La había oído mencionar en la voz de mis escasos amigos pertenecientes a los círculos literarios del país. Ella estaba allí y firmó mi libro; me pareció agradable. Siempre me ha gustado conocer la caligrafía de los autores. Me llevé el ejemplar a casa y, pasadas algunas semanas, lo abrí. Fue una agradable sorpresa: encontré poesía reveladora y personal. Ciertamente, una voz original e íntima.
Vargas nació en 1978 en Quetzaltenango. La solapa del libro indica que ha sido columnista en varios periódicos de aquel departamento y también en el periódico Universidad, de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Cuenta con varias publicaciones en los géneros de poesía y narrativa[3], y se recalca su participación en varias antologías de destacadas editoriales. Sus textos han sido incluidos en revistas como La ermita y Magna Terra. Quienes la conocen se refieren a ella como una mujer crítica e independiente, exigente consigo misma y accesible.[4] En fin, un sueño de poeta y mujer a la mitad de sus treinta.
            Quizá ese día tampoco sea hoy es su segundo libro de poesía, precedido por Cuentos infantiles (Catafixia Editorial, 2010). En entrevista con José Roberto Leonardo[5], Vargas afirmó que los dos libros nacieron producto de un mismo proyecto, que era, inicialmente, la obra que titula este ensayo. Empero, a medida que surgían los textos, algunos poemas diferían del objetivo y concepto de los dobles y la muerte, que es el tema central de Quizá…, y por ende aparecieron por separado.[6] Según la autora, la escritura y recopilación del contenido le llevó poco más de dos años.
            La obra que comentamos comienza con una salvedad; un epígrafe interesante e importante para acercarse al contenido: “Doppelgänger / Mito germano que se basa en la idea de la existencia de un doble. Encontrarse con él es presagio de muerte”. (5) De esta manera, Vargas abre la puerta para este laberinto cotidiano dividido en dos partes: Los dobles, donde intima consigo misma y hace un juego de espejos con la poesía; y La muerte, donde básicamente desencadena el culmen de ese encuentro paranormal. Toda la travesía tiene como hilo conductor una voz poética madura, incluso sabia, que se caracteriza por trasladar de forma limpia y honesta el sentimiento de pérdida-encuentro-pérdida.[7]
            En Los dobles el lector se encuentra inmerso a un laberinto de espejos. Vargas captura con miel al lector con los primeros poemas. Sus versos son dulces y tiernos, inclusive podría pensarse que aquellos son poemas acerca de la maternidad, o de la relación de una mujer con una niña, acaso el doppelgänger de la narradora:


                        Entre Melissa y yo
                        existe un intermediario
                        Me dice cómo está
                        Le cuenta qué ha pasado (…)
                        Desde que Melissa juega a ser una mujer dura
                        yo me convertí en su reflejo (9)

            Vargas construye la alteridad y le otorga cierto protagonismo, incluso más allá de su voz poética narradora. La magia en los poemas donde trabaja esta reflexión es la total incapacidad de asombro ante sus propias construcciones, como si fuesen personajes de la narrativa kafkiana. Hay duda e incertidumbre, pero no sorpresa al descubrir esos trazos que la narradora fabrica. Este encuentro con su doble no causa revuelo: nomás crea una ligera incomodidad, misma que produce versos de interesante connotación:

                        A veces me pregunto
                        si cuando ella piensa en su vida
                        me recuerda
                        Si a través de mi silencio
                        ha podido
                        vislumbrar
                        el laberinto (10 – 11)

            Por otro lado, al tiempo que descubre y describe su alteridad, esta voz poética habla acerca de la cotidianidad en que está inmersa. La relación y actitud de la narradora con este día a día se refleja en una postura reservada, profundamente ensimismada. Hay, de hecho, una burbuja entre el personaje que narra y su entorno. A pesar de reconocer lo bello en lo cotidiano, hay cierto temor de reconocerse como parte de esta cotidianidad:
                       
A dos mesas de distancia
                        una niña no me quita los ojos de encima (…)
                        Ella
                        -dicen-
                        es el futuro
                        Me levanto / la ignoro / y salgo del lugar
                        Espero que no haya logrado darse cuenta
                        de que en realidad
                        su futuro
                        podría ser yo (15)
           
            Por otro lado, Vargas trabaja y alude a la figura materna. En su caso, la voz poética se refiere a la madre como un ente que busca encontrarse reflejada en la narradora. Empero, los versos connotan una decisión completamente diferente: la independencia. Es así como Vargas (más bien, su voz poética) se presenta incomprendida por elegir el destino que más se adecua a su poesía. Ella es y está en una búsqueda personal de la identidad y de una construcción de felicidad completamente ajena a la que se le ha impuesto/propuesto.
            Hay originalidad en la forma de dirigirse a la madre. La acepta con comprensión. El discurso hacia la figura materna es de condolencia. Hay visos de culpa, pero al escribirlo en poesía los hay también de liberación, como si las palabras en verso asegurasen un entendimiento mutuo absoluto al presentarse como poeta:

                        Mi madre tiene una cicatriz vertical
                        que le parte el vientre a la mitad
                        Se la hice yo
                        hace varios años (…)
                        Sabe
                        que sigo buscando la salida
                        por el camino equivocado
                        y que ahora
                        las cicatrices
                        solo yo las voy a llevar (24)

            De esta manera, hay un desahogo profundo en la poesía. Una entrega completa en el verso. Hay también nostalgia, soledad y un discurso resignado a la vida; quizás no con valor, pero sí con aceptación y con conocimiento de la consecuencia de ser poeta. Hay acatamiento. Pura saudade. Los dobles ofrece estos trazos delicados, estas perspectivas de la cotidianidad tan personales y propias de la voz poética que narra.
            Ahora bien, la segunda parte de libro, La muerte, es el descenlace de esta conformación del panorama. Comienza con una delineación de este culmen:

                        Es más larga la incertidumbre que la vida
                        Melissa (…)
                        Por eso el amor se acaba
                        y los sueños tienen fin (38)

            Aquí la voz narradora se comienza a deconstruir. Traza con firmeza su desencanto y transfiere todo el poder a la palabra. Se sostiene en ella y la utiliza como vía de comunicación intradiegética, con tonos reflexivos e insondables.  En este sentido, podría enlazarse esta percepción con la vivencia de la poeta que, en entrevista, aseguró que escribir es la única manera que tiene para escucharse con atención.[8] Es en La muerte donde encontramos poemas que recuerdan que la voz poética de Vargas no es ajena a la violencia cotidiana, no está fuera de contexto. Aquí, ella se encuentra con otras doppelgängers, de 31 años, como ella; mujeres, como ella; muriendo, como ella:

                        Aracely tiene mi edad
                        treinta  y un años
                        cinco hijos
                        y seis disparos repartidos por el cuerpo (…)
                        Yo la observo por el televisor
                        dejo de comer
                        Aracely duerme
                        y yo soy testigo de su pesadilla (49)

            Esta forma de presentar la realidad no cae en el lugar común, como sucede con muchos de sus contemporáneos. El discurso es maduro y apegado a la coherencia del que vive esta cotidianidad: lo ve, lo sabe, lo conoce, lo acepta, se admite testigo de estos hechos y apela al sentido común. No hay un discurso lagrimeante, aferrado a los cadáveres y la sangre. Lo ve como cualquiera lo ve: un hecho al que no es ajena, pero del que no forma parte. Quizá su acto de denuncia está en la poesía honesta, y no en el eco de moda. Es así como Vania independiza su voz de la de sus coetáneos.
            En este sentido, Francisco Morales Santos afirma que Vargas hace nacer sus poemas “sin complejidades ni imitación en despotricar para estar a la moda, lo cual demuestra madurez y convencimiento de lo que quiere hacer de su poesía: una obra cincelada con inteligencia para que perdure”.[9]
            La muerte se compone de poemas de violencia pasiva y testimonio de la posmodernidad. Esa posmodernidad a la que no es ajena, a la que pertenece. Es así como construye una muerte en vida: la muerte es cotidianidad y está presente, acaso, en el televisor y en los recuerdos de la abuela; en el recuerdo de Alejandro y en saltar de libro en libro.
            No cabe duda que Vania Vargas está consolidándose como una de las poetas más destacadas de su generación. Y lo que hace que su obra sobresalga, es la desaforada honestidad y autenticidad de sus textos. En Quizá ese día tampoco sea hoy hay una renovación en la poesía contemporánea, lejana a la mera construcción verbal a la que se nos ha acostumbrado en los últimos años. Aquí existe el verso, porque el verso sustenta a la poeta. Es en él donde se encuentra la vida, la muerte y los posibles dobles que hemos de encontrarnos.
            Al leer estos versos el lector podrá sentir, de hecho, que está leyendo una confesión frenética y dimitida. Podría sentir, incluso, que es su doppelgänger quien ha escrito esta poesía.
           







Obras citadas

Leonardo, José Roberto. Vania Vargas, una poeta en la ciudad. Prensa Libre. Cultura. 2011. Entrevista disponible en Internet: http://www.prensalibre.com/cultura/cultura-literatura-poesia-escritora-Vania_Vargas-Guatemala_0_463153824.html

Vargas, Vania. Quizá ese día tampoco sea hoy. Guatemala: Editorial Cultura, 2010.




[1] Estaba cansado de encontrar páginas cien por ciento construidas desde la anáfora de moda que muchos poetas han tomado como bandera.
[2] Vargas, Vania. Quizá ese día tampoco sea hoy. Guatemala: Editorial Cultura, 2010. Todas las citas que provengan de este libro se indicarán con el número de página entre paréntesis.
[3] Yo agregaría ensayo y crítica, pues la editorial Del Pensativo incluye como prólogo en su más reciente edición de la novela de Luis de Lión, El tiempo principia en Xibalbá, una propuesta de lectura de la quetzalteca.
[4] Varias conversaciones con amigos poetas que han trabajado o compartido con ella me permiten acotar esto.
[5] Leonardo, José Roberto. Vania Vargas, una poeta en la ciudad. Prensa Libre. Cultura. 2011.
[6] Sin embargo, algunos poemas, como The Ballad of Bonnie Parker, figuran en ambos poemarios. Cuentos infantiles se divide en cuatro partes: Las marionetas no mienten, Mi hermanastra habita en los espejos, Todos los niños crecen, excepto uno y Bestiario.
[7] Lo que Francisco Morales Santos ha definido como “vida-muerte-vida” en la contraportada del libro.
[8] Leonardo, José Roberto. Vania Vargas, una poeta en la ciudad. Prensa Libre. Cultura. 2011.
[9] Contraportada del libro.