La
tarea de reconstruir un pasado doloroso puede devenir en estrategias
discursivas evasivas, incluso fantásticas, que rehúyen de alguna manera la
revisión precisa de la Historia. La
ceremonia del mapache[1]
es, por sobre todos los géneros en los que pueda encasillarse un texto, una
novela. Sin embargo, su autor, Otoniel Martínez, nacido en El Cuje, Santa Rosa,
Guatemala, en 1953, afirmó en conversación electrónica con Aida Toledo, que
esta obra se nutre de detalles, voces y pasajes, recogidos de diferentes
conversaciones que él mantuvo con allegados y testimoniantes durante su tiempo
en exilio. En este sentido, Toledo afirma que la obra de Martínez se encuentra,
como tantas otras, en un espacio no definible de los géneros literarios[2],
aunque físicamente parezca una novela sobre la guerra.[3]
El
objetivo primordial de este ensayo es, no solo demostrar el recurso
lingüístico-sígnico del que se adueña Martínez para hacer lo que Toledo llama
una reconstrucción de la historia no oficial, sino validar un texto con
fronteras tan porosas como una forma autorial de testimonio con base en la
teoría que se ha compuesto alrededor de este género y de las comparaciones con
los testimonios previos que se han estudiado en el curso. En este sentido, los
personajes Mam y Tamagás, que tienen voces discursivas y narrativas
completamente diferentes, constituyen un punto medular en la estructuración
gramatical, semántica, sintáctica y lingüística de la obra.
De
esta manera, Toledo afirma que el uso del lenguaje en general en la novela de
Otoniel orilla al lector crítico a recordar las definiciones sobre poder y
verdad de Foucault[4],
y las maneras en que según Homi Bhabha, los sujetos neocoloniales subvierten el
poder colonial, carnavaleándolo, vaciándolo de poder y volviéndolo inefectivo.
En el caso puntual de La ceremonia del
mapache, en los capítulos impares las estrategias militares son contadas de
manera completamente fragmentada y con una desconexión gramatical que llama mucho
la atención. Toledo acota que esto alude a cuando no es posible oír una
conversación telefónica completa, aunado a los motes y conductas ridículas de
los militares frente a sus subordinados.
Personalmente,
llama poderosamente mi atención esa deconstrucción lingüística en el discurso
de Tamagás. Se percibe tanto como si él tuviese mucho qué decir, pero con poca
posibilidad de comunicarlo efectivamente. Tamagás no se reivindica con la
palabra: se escuda y esconde en un aparato sígnico descompuesto y deformado. Su
discurso es golpeado, pausado en un intento de comprensión por parte del lector
o la lectora, que a momentos puede perderse por la (sorpresiva) ausencia
parcial de signos de puntuación. El discurso se reduce a símbolos de
importancia, obviando artículos, pronombres o recursos lingüísticos que podrían
calificarse fríamente como “de relleno”. El lenguaje se abstrae para decir
únicamente lo que se puede (o debe) decir.
Aunque
se deconstruye sintácticamente, este disloque sintáctico no obliga a desentender.
Las palabras deben relacionarse intuitivamente por la lectora o el lector para
“amarrar” sentidos y designar. Cuando Tamagás se presenta en los capítulos
donde la voz está tomada por Mam, se le reconoce fácilmente por la estrategia
lingüística utilizada por el autor:
Media
hora más tarde estuvieron de vuelta y Mam se acercó a Tamagás que llegaba
farfullando.
-
Pues no pudimos ver ni mierda vos fijáte que llegamos hasta una casita y cuando
no oyeron se encerraron entonces el teniente les gritó que abrieran la puerta y
salieran con las manos en alto pero no le hicieron caso entonces rompió a
culatazos la ventana y les dejó ir un granadazo cuando entramos dos patojitos y
tres viejas ya habían palmado y ahí a la par de ellos los pedazos de un
viejito… (Martínez, 78)
De
esta manera, el autor da indicios de un contacto, quizás fático, entre las
voces narrativas. Así se construye un paralelismo narrativo, una
intencionalidad en aclarar que ambas voces se presentan juntas en determinados
momentos, pero jamás se reúnen. Quien lee queda, hasta el final, embebido por
un deseo de encuentro entre discursos y voces.
Por
otra parte, es importante hacer notar lo que Toledo apunta en su ensayo
“Estrategias de reconstrucción de la historia no oficial: La ceremonia del
mapache de Otoniel Martínez”. Y es que esta novela tiene corte testimonial pues
fue una recreación de diversos testimonios tomados por el autor y
ficcionalizados para separarse, de alguna manera, del testimonio con mediación
del que habla Margaret Randall.[5]
En
esta novela, empero, Martínez, citado por Toledo, afirma que tuvo gran
tentación por transcribir todo a nivel testimonial mientras recababa la
información que conforma la historia de la obra. Finalmente, dio a luz a una
ficción histórica. El autor aseveró que los testimonios aportaban datos, como
fechas, lugares y nombres; y como él también es periodista, la tentación de
mostrar los hechos era muy grande. Fue un colega quien le sugirió escoger la
forma ficcional.[6]
De
esta forma, Otoniel Martínez realizó lo que Elena Poniatowska hizo con Hasta no verte, Jesús mío, pues se tomó
muchas libertades al recrear el lenguaje de sus personajes y combinó el caló de
diferentes regiones del país, tomando como base la diversidad de sus
testimoniantes. Cynthia Steele acota que fue esto parte medular del proceso de
Poniatowska, pues tenía como objetivo crear una especie de denominador común
del habla femenina popular.[7]
Quizás el denominador común que Martínez buscaba se hallaba en el habla popular
de sus testimoniantes:
Una
claridad extraña le permitía vigilar mejor el sendero. Lo sobresaltó una sombra
en medio del camino. Cas, el mapache, alzado sobre las patas traseras lo miraba
desde sus anteojos obscuros. “Un sospechoso”, pensó con simpatía. “Ha de andar
buscando cangrejos en la quebrada…” (Martínez, 219)
En
este sentido, la misma Steele afirma que una solución cada vez más popular al
dilema crítico de la novela testimonial es pasar por alto la dimensión
biográfica y tratarla como una novela cualquiera, pero esta solución atribuye
implícitamente toda la autoridad creativa a uno de los dos (o más) autores del
texto.[8] Sin
embargo, en La ceremonia del mapache
se encuentran diferentes testimonios y discursos que se reducen a dos voces:
Mam y Tamagás. Básicamente, este personaje bífido está construido por una
colectividad, en tanto cumple la función de concientización y representación
del testimonio.[9]
Por
su lado, Begoña Huertas defiende que los puntos de coincidencia admitidos
unánimemente para encasillar una obra como novela testimonio son la presencia
de un testigo directo y el reflejo a través de su discurso de un periodo histórico.[10]
Ambos elementos se presentan constantemente en La ceremonia del mapache. De hecho, la presencia de varios testigos
directos se evidencia explícitamente en una carta electrónica de Martínez a
Toledo:
La
trama de Mam nace de un testimonio cuya transcripción se encuentra en México.
El hecho de haber entrado en contacto directo con el protagonista permitió
obtener otros elementos descriptivos que requerían la distancia de la tercera
persona para desarrollarlos.[11]
Asimismo,
Toledo confirma que ambos relatos se producen en el mismo contexto histórico,
durante la guerra de guerrillas en el espacio temporal del fin de la primera e
inicio de la segunda fase contrainsurgente. La misma autora asegura que la
primera fase se da hacia 1962 y la segunda en 1981. Concluyentemente, si la
fórmula de Huertas para encasillar como novela testimonial una obra es certera,
también lo es la instauración de La
ceremonia del mapache en esta categoría.
De
esta manera, la novela de Otoniel Martínez se inscribe como una novela
testimonial al recoger los testimonios de diferentes personas y conformar un
hilo histórico que, con base en diferentes voces y discursos, no solo es una
creación literaria que se auxilia de la ficción para separarse de alguna forma
del sentimiento cruento del conflicto armado interno, sino dar una narración de
la historia de los oprimidos durante esta etapa fidedigna.
Obras
citadas
Beverley, John y Hugo Achúgar. La
voz del otro: testimonio, subalternidad y verdad narrativa. 2ª edición.
Guatemala: Universidad Rafael Landívar, 2002.
González, María Virginia. “Tensiones en
la crítica: el testimonio”. Argentina: Universidad Nacional de La Pampa. 2004.
3 de julio de 2013. celehis.webs.com/actas2004/ponencias/28/3_Gonzalez.doc.
Huertas Uhagón, Begoña. “El postboom y
el género testimonio. Miguel Barnet”. En: Cauce, España. 2004: 165 – 175.
Martínez, Otoniel. La ceremonia del mapache. Guatemala: Óscar de León Palacios,
1996.
Restrepo, Alejandra. “El testimonio:
género fronterizo”. En: Cuadernos
Americanos, México. 2009: 101 – 123.
Toledo, Aida. “Estrategias de
reconstrucción de la historia no oficial: La ceremonia del mapache de Otoniel
Martínez”. En: Revista Istmo, no. 16.
11 de noviembre de 2013: http://istmo.denison.edu/n16/articulos/toledo.html#biblio
[1] Otoniel
Martínez. La ceremonia del mapache.
Guatemala: Óscar de León Palacios, 1996. Todas las citas que provengan de esta
edición se indicarán con el número de página entre paréntesis.
[2] Vale la pena
hacer hincapié en que el testimonio, como hasta el momento hemos constatado, es
un género fronterizo, con límites porosos que no permite que el mismo se
encasille. En este sentido, es importante revisar nuevamente a Alejandra
Restrepo. “El testimonio: género fronterizo”. En: Cuadernos Americanos, México.
2009: 101-123.
[3] Aida Toledo.
“Estrategias de reconstrucción de la historia no oficial: La ceremonia del
mapache de Otoniel Martínez”. En: Revista
Istmo, no. 16. 11 de noviembre de 2013: http://istmo.denison.edu/n16/articulos/toledo.html#biblio
[4] María Virginia
González afirma que a partir de los aportes de Foucault, el discurso literario
tiene voluntad de verdad y esta se consolida mediante mecanismos de aceptación
del texto como un hecho literario. Para más información sobre esto, ver
González, María Virginia. “Tensiones en la crítica: el testimonio”. Argentina:
Universidad Nacional de La Pampa. 2004. 3 de julio de 2013.
celehis.webs.com/actas2004/ponencias/28/3_Gonzalez.doc.
[5] Para más información,
ver Margaret Randall. “¿Qué es y cómo se hace un testimonio?” en John Beverley
y Hugo Achúgar. La voz del otro:
testimonio, subalternidad y verdad narrativa. 2ª edición. Guatemala:
Universidad Rafael Landívar, 2002, 33-59.
[6] Aida Toledo.
“Estrategias de reconstrucción de la historia no oficial: La ceremonia del
mapache de Otoniel Martínez”. En: Revista
Istmo, no. 16. 11 de noviembre de 2013:
http://istmo.denison.edu/n16/articulos/toledo.html#biblio
[7] Cynthia Steele.
“Testimonio y autoridad en Hasta no verte Jesús mío, de Elena Poniatowska” en
John Beverley y Hugo Achúgar. La voz del
otro: testimonio, subalternidad y verdad narrativa. 2ª edición. Guatemala:
Universidad Rafael Landívar, 2002, 168.
[8] Cynthia Steele.
“Testimonio y autoridad en Hasta no verte Jesús mío, de Elena Poniatowska” en
John Beverley y Hugo Achúgar. La voz del
otro: testimonio, subalternidad y verdad narrativa. 2ª edición. Guatemala:
Universidad Rafael Landívar, 2002, 169.
[9] Para
profundizar en este aspecto, ver George Yúdice. “Testimonio y concientización”
en John Beverley y Hugo Achúgar. La voz
del otro: testimonio, subalternidad y verdad narrativa. 2ª edición.
Guatemala: Universidad Rafael Landívar, 2002, 221-242.
[10] Begoña Huertas
Uhagón. “El postboom y el género testimonio. Miguel Barnet” en: Cauce, España. 2004: 169.
[11] Aida Toledo.
“Estrategias de reconstrucción de la historia no oficial: La ceremonia del
mapache de Otoniel Martínez”. En: Revista
Istmo, no. 16. 11 de noviembre de 2013: http://istmo.denison.edu/n16/articulos/toledo.html#biblio