viernes, 19 de abril de 2013

La civilización del espectáculo, de Mario Vargas Llosa: un epitafio a la intelectualidad de antaño


Debo confesar de entrada que cuando hojeé por primera vez el libro La civilización del espectáculo[1], de Mario Vargas Llosa, me interesé profundamente en el tema. Algunas frases lograban capturar esencialmente mis pensamientos hacia determinados argumentos con respecto a la cultura que yo mismo, en mi delirio de escritor maldito, no había logrado concretar en palabras. Me vi, pues, reflejado en la obra y me dispuse a hacer una lectura atenta, usando la técnica de “diálogo con el autor”.[2] Pero poco a poco, conforme avanzaba en este ensayo, comencé a notar ciertos dejos de melancolía, nostalgia, resentimiento y quizás una suerte de despedida, acaso producida por una verdad absoluta: el intelectual, al estilo Vargas Llosa, ha muerto.
Hice, entonces, un ejercicio, un experimento: fotografié una de las frases que más me impactó en la lectura, y la subí a mis redes sociales con esta provocadora pregunta: “¿Qué nombres se les vienen a la mente con esta aseveración de Vargas Llosa?”. La frase era la siguiente: “Porque, en la civilización del espectáculo, el intelectual sólo interesa si sigue el juego de moda y se vuelve un bufón” (46). La única respuesta que obtuve provino del estudiante en Filosofía y Letras, Andrés Quezada[3], y fue esta: “Si alguien te responde con un nombre, la polémica de tu tuit devendría en espectáculo. Creo que tu tuit invita al espectáculo.[4]” El amén es que es cierto: aquí estamos en pleno espectáculo, en un reality, en un juego enigmático para lograr cada vez más y más atención. Y, sí señoras y señores, el Nobel peruano, aunque sea uno de los creyentes de la intelectualidad de antaño, forma parte de él.
Atrás quedó esa imagen romántica del intelectual cigarrillo en mano, barba espesa, que habla francés y se regocija en la literatura fundacional, el cine de Buñel y la música académica. ¿Qué existe ahora como tal? ¿Cómo se identifica al intelectual “de a de veras” en estos momentos tan álgidos de la cultura y la sociedad? ¿Es ese bufón del que habla Vargas Llosa? ¿Acaso cualquier respuesta frontal, desde cualquier punto de vista puede interpretarse como una mofa? ¿Es, entonces, la etiqueta de la intelectualidad algo que solo puede admitir y otorgar un premio Nobel, un crítico literario o la academia? Si es así, prefiero mandar mil veces al diablo la academia
En esta época, todo mundo puede optar por aprender francés. También tiene derecho de realizar cuantas impresiones le plazcan de un mediocre poemario, hacer una mediocre presentación y venderlo a precios estúpidos… ¡Y puede tener éxito! El espacio está abierto a tocar covers de cumbias los fines de semana en los bares de culto, y tomar el aguardiente de las clases populares que ahora los hipsters han institucionalizado como la bebida “culta” (ay, sí). Puedes usar anteojos sin lentes, nomás para verte cool. Personalmente, no veo lo terrible en esto: la vida y los deseos personales de cada quien poco deben interesar. Lo terrible, en todo caso, es no ver esperanza entre toda esta banalidad. Y creo que es una pizca de ella la que hace falta en el ensayo del peruano. Esperanza, claro está.
Pareciera, después de la lectura, que resultan ser esos intelectuales tipo Vargas Llosa aquellos dioses inalcanzables, seres de luz superiores a todos nosotros; seres sin esfínteres, romantizados y casi erotizados como hitos en la historia. Y es que no hay sarcasmo en mis palabras: eso pareciera. Porque, según Vargas Llosa, “la cultura está en nuestros días a punto de desaparecer” (13). Y además, los nuevos artistas resultan “impacientes y cínicos” (64)… - Momento, que hubo un tiempo en que los dinosaurios eran nomás huevos… - ¿No puede verse esta ansia como un deseo enérgico por producir lo que tanto se ha admirado de la generación anterior? Conste, pues, que las condiciones fueron dadas en el pasado y se aprovecha el presente para romper con la tradición. ¿No fue esa su tarea? ¿Y no es aquella la nuestra?
Debo confesarme herido, pues es a esta mi generación, tan frívola, superficial y banal a la que un admirado doctor se refiere con tanto desdén y altivez. No defiendo la mediocridad, sino la consecuencia del tiempo. Y es que entre todo lo que surge ahora que se hace llamar arte (que ahora también incluye a la moda y a la cocina, como bien remarca Vargas Llosa), hay particularidades positivas. Es cierto: recién fui a una exposición de fotografía[5] y entre todas las imágenes que me parecían más de lo mismo, encontré dos que transgredían, y no por los atractivos torsos desnudos y masculinas facciones de los modelos: el contenido era relevante, tenía un mensaje, pues. No está todo perdido. Hay esperanza entre tanta confusión.
Revisé un poco de lo que se ha comentado en la red sobre La civilización del espectáculo. Encuentro poca crítica y mucha publicidad, lo que José Martínez ha descrito como una paradoja:
Las reacciones ante La civilización y espectáculo, ciertamente, han sido numerosas, desbordadas en reseñas, en artículos, en comentarios y en apostillas que han servido (exacto) de promoción más que de contribución crítica a un debate que (insisto) tiene un alcance mayor de lo que el mundo cultural ha pretendido o ha fingido entender.[6]
Es así como Martínez afirma que el resultado de este texto del Nobel no ha generado aquella respuesta de la “alta cultura” que Vargas Llosa hubiese deseado (si es que deseaba eso). No faltan, tampoco, las alabanzas a este trabajo. Empero, son pocas aquellas que realmente aportan algo más además del elogio, bien merecido, del afamado escritor, pues la prosa es impecable, académica, elegante y sagaz. Aunque, insisto, es un tanto lamentable el mensaje, sobre todo para aquellos que buscamos hacernos un espacio en el mundo académico, artístico y cultural.
Así, Martínez también afirma que “han sido menos las voces de autoridad que han mostrado cierta disensión y no menos malestar por la proclama del (magnífico) Nobel.[7]” Incluso, destaca aquellas propuestas como el pacto de “no agresión” y los beneficios que trae consigo la inclusión de las nuevas tecnologías. Al fin y al cabo, siempre hay alguien con un mejor dominio de las emociones que propone la paz. Y eso está muy bien.
Empero, Vargas Llosa no solo arremete contra la cultura y los nuevos intelectuales. Vemos, pues, que también ataca a la religión de forma categórica y despiadada. Como si acaso un buen intelectual debe ser, como norma absoluta, ateo o descreído. ¡Pamplinas! Veamos: “La fuerza de la religión es tanto mayor cuanto más grande sea la ignorancia de una comunidad.” (164) O bien:
No es por eso raro que la religión y las prácticas religiosas estén más arraigadas en las clases y sectores más desfavorecidos de la sociedad, aquellos contra los cuales, por su pobreza y vulnerabilidad, se encarnizan los abusos y vejámenes de toda índole… Se soporta mejor la pobreza, la discriminación, la explotación y el atropello si se cree que habrá un desagravio y una reparación póstumos para todo ello. (166)
¿Ideay? Párrafos antes, Vargas Llosa instituía la religión como uno de los factores fundacionales y fundamentales de la “alta cultura”. ¿Es o no es? ¿Son babosos Miguel Ángel, Leonardo, Sor Juana, Asturias[8] o Ernesto Cardenal? ¿O sea que las obras de Miguel Ángel serían mejores si él no hubiese sido inspirado por los misterios de Dios? ¿El son que yo compuse a la Virgen María como acción de gracias es, entonces, fruto de mi alienación e ignorancia? ¿O más bien se refiere a que el arte podría haber sido mejor deviniendo en arte no religioso? Es un tanto confuso, y esto lo resalta Juan Manuel Milián:
¿Por qué Vargas Llosa se refiere a los creyentes como ignorantes e ingenuos si la religión, en últimas, es uno de los factores que crea la alta cultura, el arte, historia y literatura? ¿Los creyentes no son más bien los inteligentes y los únicos que mantienen en sí, algo de la cultura? Esta posición de parte del autor no queda muy clara para el lector, ya que genera discrepancia entre sus afirmaciones.[9]
            Hago constar al lector que no estoy, en absoluto, predicando. Nomás las cosas en su orden. Y notemos, también, la influencia del cristianismo en el arte ateo o desafiante a esta religión: las grandes obras subversivas se afianzan de la iconografía tradicional; cruces, rosarios, sacerdotes, monjas, sansebastianes, hostias… En fin.
            Por otra parte, el escritor mexicano Jorge Volpi tiene uno de los ensayos críticos más connotados sobre esta obra de Vargas Llosa. Desde el título,[10] la ironía es evidente, y la diferencia ideológica se presenta con contundencia desde los primeros párrafos. Incluso compara el ensayo del peruano con el Fedro de Sócrates. De este ensayo de Volpi destaco lo siguiente:
¿De qué se lamenta Vargas Llosa? De todo. Del estado actual de la cultura y la política, de la religión e incluso del sexo. Según él, todas estas vertientes de lo humano han sido pervertidas por la gangrena de la frivolidad.
Vargas Llosa no es, por supuesto, el primero en entristecerse al ver un estadio lleno para Shakira cuando sólo un puñado de fanáticos asiste a un recital de Schumann pero, en términos proporcionales, nunca tanta gente disfrutó de la alta cultura. Nunca se leyeron tantas novelas profundas, nunca se oyó tanta música clásica, nunca se asistió tanto a museos, nunca se vio tanto cine de autor.[11]
            Volpi pinta a un Mario Vargas Llosa solitario y desesperanzado, quizás escudado detrás del premio Nobel, despotricando contra todo aquello que ya no es como fue. Ah, añoranza… Y es que a mi parecer, los que se mantienen vigentes, como Madonna (sí, estoy haciendo referencia a Madonna, la reina del pop), son los que ven las oportunidades en el cambio. ¿No habrá querido provocarnos de esta forma tan maquiavélica el peruano con este texto? Puede ser, también. Y si fuese así, vaya que lo ha logrado, al menos conmigo.
            A lo largo, ancho y alto de este ensayo puede percibirse cierta presunción por parte del autor. Básicamente nos dice, con una prosa incomparable, lo que para él significa la cultura y la intelectualidad. Y es respetable en todos los sentidos. Empero, el planteamiento ideológico resulta a momentos poco convincente, arrogante e incluso impositivo. Y no está lejos de cualquiera de nosotros: siempre hay alguien que lamentará todo.[12]
            En este sentido resulta un tanto difícil hacer una propuesta. Quizás la solución sería asesinar la crítica en cualquiera de sus ramas para no herir susceptibilidades y vivir en la Matrix del pony rosado; empero esto destruiría cualquier viso de comunicación. La crítica es necesaria. Genera reacciones y acciones. Desde mi perspectiva, este libro del Nobel peruano es una provocación hacia las nuevas generaciones y, lo que es mejor, una invitación a aprovechar estos “trágicos” cambios para transgredir y dar paso a toda una nueva forma de pensamiento. ¿Cuál será esta? La que nosotros vayamos conformando.
La posición de Vargas Llosa no es única ni está limitada a su contexto como intelectual de antaño. Conozco de primera mano a intelectuales que se glorifican en recitales de cuarteto de cuerdas, que conocen los diálogos en las películas de Almodóvar, que recitan con fe y devoción (¿acaso no sería también esto religión?) los postulados de teorías libertarias o socialistas, y que aun así, en esa intelectualidad a la que le han tomado cariño, o han sido sometidos para encajar con otros pares, tienden a verlo a uno hacia abajo.
Pues algo así me sentí leyendo La civilización del espectáculo. Por eso, confieso que hubo momentos de risa, de gozo y de defensa. Este ensayo es, en sí, mi mecanismo de defensa para no pensar que estoy perdiendo mi valor intelectual por ser fanático de Rihanna y ver las películas de la Lindsay Lohan (que disfruto tanto como escuchar las complejas melodías y armonizaciones de Tori Amos o Yann Tiersen, o como ver las películas de Polanski).
Son solo posturas diferentes que, con seguridad, serán firmemente defendidas con uñas y dientes por significar el modus vivendi que cada ser humano ha escogido para sí. A mí no me gusta pensar que soy menos intelectual o más intelectual que mis amigos. Tampoco me gusta pensar que soy un idiota cada vez que rezo un rosario o cargo una procesión. Mucho menos quisiera sentirme culpable por mis caprichos de cama, aunque para otros (muchísimos) sean completas aberraciones anti natura. Mi felicidad vale tanto más que el prejuicio de alguien hacia mi estilo de vida, mis decisiones y mi postura ante el mundo.
Por esta y muchas razones, lamento la tesis de Vargas Llosa. Con el poder intelectual que tiene podría haber aprovechado mejor esas 227 páginas. Eso sí: hay verdad en sus palabras; una verdad muy personal que es válida en el ensayo y que requiere de coraje para ser publicada o compartida. ¿Que me tomé muy apecho sus intervenciones? Seguramente sí, pero no me avergüenza.
No cabe duda que abundarán aquellos intelectuales “de a de veras” que leerán con melancolía cortavenas y nostalgia profunda esta tesis de Vargas Llosa; y también abundarán aquellos pueriles académicos que añorarán esa imagen epítome del intelectual que quisieran llegar a ser, con la boina y el suéter de cuello de tortuga.
Pero es un hecho, y es definitivo, que habremos otros que nomás veremos esta obra del peruano como el epitafio a la intelectualidad de antaño que abre las puertas a una nueva esperanza, a un nuevo pensamiento, quizás más light, pero más humano. Porque el ser humano es deseos y es pasión; es impulso y está ansioso por ser reconocido. Y como ahora se puede. ¿Qué más se le va a hacer? Quizás sea esa “mierda paquidérmica” (64) la entrada triunfal a las nuevas vanguardias. Y sí, tal vez da un poquito de miedo. Mientras tanto, este y otros ensayos sobre el tema seguirán generando más y más espectáculo. ¡Flash, flash, flash! Ah. Aquello que tanto aqueja a Mario Vargas Llosa…









Obras citadas

MARTÍNEZ, José. Reseña: La civilización del espectáculo, de Mario Vargas Llosa. Revista Caracteres. 2012. Citado el 15 de abril de 2012. Disponible en Internet: http://revistacaracteres.net/revista/vol1n2noviembre2012/resena-la-civilizacion-del-espectaculo-de-mario-vargas-llosa/.

MILIÁN, Juan Manuel. Una mirada más allá del espectáculo. Academia.edu. Página 3. Citado el 16 de abril de 2012. Disponible en Internet: http://www.academia.edu/2212265/Comentario_Critico_-_La_Civilizacion_del_Espectaculo

VARGAS LLOSA, Mario. La civilización del espectáculo. México, D. F.: Alfaguara, 2012.

VOLPI, Jorge. El último de los mohicanos. Pensamiento libre y crítico. 2012. Blogspot.com. Citado el 15 de abril de 2012. Disponible en Internet: http://pensamientolibreycritico.blogspot.com/2012/04/el-ultimo-de-los-mohicanos-en-la.html.



[1] Vargas Llosa, Mario. La civilización del espectáculo. México, D. F.: Alfaguara, 2012. Todas las citas que corresponden a esta obra se indicarán con el número de página entre paréntesis.
[2] Este tipo de lectura comprensiva consiste en lo que muchos consideran un ultraje al libro físico: notas en los márgenes de la página, uso del resaltador en frases de interés, escribir las emociones que se van sintiendo conforme se avanza en la lectura. ¿La procedencia y origen de esta técnica? No la conozco. En el colegio Liceo Javier, donde yo cursé básicos y bachillerato, se utiliza esta técnica como una herramienta de lectura comprensiva. Y a mí, a veces, me funciona muy bien.
[3] De quien puedo orgullosamente confesar que fui maestro de Literatura Hispanoamericana en el colegio Liceo Javier en el año 2009.
[4] Tuit respondido a @luispedro13 el domingo 14 de abril de 2013.
[5] Exposición fotográfica “Dulce mortificación“, de Eny Roland Hernández, Casa Enriqueta, 6 de abril de 2013. La exposición constaba de imágenes que mostraban a los tradicionales cucuruchos de Guatemala en situaciones eróticas, contestatarias o escandalosas. Otro juego más con la iconografía cristiana. Ya cansa un poco, pero había cosas buenas.
[6] Martínez, José. Reseña: La civilización del espectáculo, de Mario Vargas Llosa. Revista Caracteres. 2012. Citado el 15 de abril de 2012. Referencia bibliográfica completa en Obras citadas. La cursiva es mía.
[7] Martínez, José. Reseña: La civilización del espectáculo, de Mario Vargas Llosa.
[8] No hay que olvidar que si algo no se le pudo quitar a Miguel Ángel Asturias fue su fe y su religión, a la que estaba fuertemente unido por un lazo más allá de lo espiritual y que, en algunos cuentos y obras, sale a colación con hermosas alusiones y metáforas. Si no, a leer Viernes de Dolores y Maladrón, o los cuentos del Espejo de Lida Sal con más atención.
[9] Milián, Juan Manuel. Una mirada más allá del espectáculo. Página 3. Bibliografía completa en Obras citadas.
[10] El ensayo se titula El último de los moicanos. Vaya la semiótica a revolver significados.
[11] Volpi, Jorge. El último de los mohicanos. Pensamiento libre y crítico. 2012. Bibliografía completa en Obras citadas.
[12] El famoso “Pelosopero”, en la teoría de Enrique Campang. Aquel sujeto que siempre ve el pelo en la sopa. No tengo una referencia bibliográfica. Esto fue de lo poco que aprendí en sus clases en la universidad.