Hablo como el intento de poeta
que soy cuando afirmo que escribir y publicar poesía es una tarea difícil.
Personalmente, considero a esta como la forma más delicada de exponerse uno
mismo. Es una suerte de autobiografía que se trabaja con delicadeza y arte. Por
tanto, me confieso poco partidario de aquellos poemarios en donde es evidente
el desaforo en el trabajo por parte del autor: la poesía es, para mí, siempre
un impulso, una eyaculación y un desahogo. Sobretrabajar un poema es enmascarar
una idea, atestarlo de maquillajes y pretensiones. Claro está, esto no
significa que cualquier convulsión es digna de ser llamada poema; está el
trabajo delicado, el perfeccionamiento y el oficio del escritor que, en mi
concepto, establecen un hiato enorme entre la labor de la escritura poética
personal y la construcción verbal.
Hace algún tiempo, después de
haberme abstenido de leer poesía guatemalteca contemporánea por decisión
desmedidamente personal[1],
adquirí en la Filgua 2012 el poemario Quizás
ese día tampoco sea hoy[2], de Vania Vargas. La
había oído mencionar en la voz de mis escasos amigos pertenecientes a los
círculos literarios del país. Ella estaba allí y firmó mi libro; me pareció
agradable. Siempre me ha gustado conocer la caligrafía de los autores. Me llevé
el ejemplar a casa y, pasadas algunas semanas, lo abrí. Fue una agradable
sorpresa: encontré poesía reveladora y personal. Ciertamente, una voz original
e íntima.
Vargas nació en 1978 en
Quetzaltenango. La solapa del libro indica que ha sido columnista en varios
periódicos de aquel departamento y también en el periódico Universidad, de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Cuenta
con varias publicaciones en los géneros de poesía y narrativa[3], y
se recalca su participación en varias antologías de destacadas editoriales. Sus
textos han sido incluidos en revistas como La
ermita y Magna Terra. Quienes la
conocen se refieren a ella como una mujer crítica e independiente, exigente
consigo misma y accesible.[4] En
fin, un sueño de poeta y mujer a la mitad de sus treinta.
Quizá ese día tampoco sea hoy es su
segundo libro de poesía, precedido por Cuentos
infantiles (Catafixia Editorial, 2010). En entrevista con José Roberto
Leonardo[5],
Vargas afirmó que los dos libros nacieron producto de un mismo proyecto, que
era, inicialmente, la obra que titula este ensayo. Empero, a medida que surgían
los textos, algunos poemas diferían del objetivo y concepto de los dobles y la
muerte, que es el tema central de Quizá…,
y por ende aparecieron por separado.[6] Según
la autora, la escritura y recopilación del contenido le llevó poco más de dos
años.
La
obra que comentamos comienza con una salvedad; un epígrafe interesante e
importante para acercarse al contenido: “Doppelgänger
/ Mito germano que se basa en la idea de la existencia de un doble. Encontrarse
con él es presagio de muerte”. (5) De esta manera, Vargas abre la puerta para
este laberinto cotidiano dividido en dos partes: Los dobles, donde intima consigo misma y hace un juego de espejos
con la poesía; y La muerte, donde
básicamente desencadena el culmen de ese encuentro paranormal. Toda la travesía
tiene como hilo conductor una voz poética madura, incluso sabia, que se
caracteriza por trasladar de forma limpia y honesta el sentimiento de
pérdida-encuentro-pérdida.[7]
En
Los dobles el lector se encuentra inmerso
a un laberinto de espejos. Vargas captura con miel al lector con los primeros
poemas. Sus versos son dulces y tiernos, inclusive podría pensarse que aquellos
son poemas acerca de la maternidad, o de la relación de una mujer con una niña,
acaso el doppelgänger de la
narradora:
Entre Melissa y yo
existe
un intermediario
Me
dice cómo está
Le
cuenta qué ha pasado (…)
Desde
que Melissa juega a ser una mujer dura
yo
me convertí en su reflejo (9)
Vargas
construye la alteridad y le otorga cierto protagonismo, incluso más allá de su
voz poética narradora. La magia en los poemas donde trabaja esta reflexión es
la total incapacidad de asombro ante sus propias construcciones, como si fuesen
personajes de la narrativa kafkiana. Hay duda e incertidumbre, pero no sorpresa
al descubrir esos trazos que la narradora fabrica. Este encuentro con su doble
no causa revuelo: nomás crea una ligera incomodidad, misma que produce versos
de interesante connotación:
A veces me pregunto
si
cuando ella piensa en su vida
me
recuerda
Si
a través de mi silencio
ha
podido
vislumbrar
el
laberinto (10 – 11)
Por
otro lado, al tiempo que descubre y describe su alteridad, esta voz poética
habla acerca de la cotidianidad en que está inmersa. La relación y actitud de
la narradora con este día a día se refleja en una postura reservada,
profundamente ensimismada. Hay, de hecho, una burbuja entre el personaje que
narra y su entorno. A pesar de reconocer lo bello en lo cotidiano, hay cierto
temor de reconocerse como parte de esta cotidianidad:
A dos mesas de
distancia
una
niña no me quita los ojos de encima (…)
Ella
-dicen-
es
el futuro
Me
levanto / la ignoro / y salgo del lugar
Espero
que no haya logrado darse cuenta
de
que en realidad
su
futuro
podría
ser yo (15)
Por
otro lado, Vargas trabaja y alude a la figura materna. En su caso, la voz
poética se refiere a la madre como un ente que busca encontrarse reflejada en
la narradora. Empero, los versos connotan una decisión completamente diferente:
la independencia. Es así como Vargas (más bien, su voz poética) se presenta
incomprendida por elegir el destino que más se adecua a su poesía. Ella es y
está en una búsqueda personal de la identidad y de una construcción de
felicidad completamente ajena a la que se le ha impuesto/propuesto.
Hay
originalidad en la forma de dirigirse a la madre. La acepta con comprensión. El
discurso hacia la figura materna es de condolencia. Hay visos de culpa, pero al
escribirlo en poesía los hay también de liberación, como si las palabras en
verso asegurasen un entendimiento mutuo absoluto al presentarse como poeta:
Mi madre tiene una cicatriz vertical
que
le parte el vientre a la mitad
Se
la hice yo
hace
varios años (…)
Sabe
que
sigo buscando la salida
por
el camino equivocado
y
que ahora
las
cicatrices
solo
yo las voy a llevar (24)
De
esta manera, hay un desahogo profundo en la poesía. Una entrega completa en el
verso. Hay también nostalgia, soledad y un discurso resignado a la vida; quizás
no con valor, pero sí con aceptación y con conocimiento de la consecuencia de
ser poeta. Hay acatamiento. Pura saudade.
Los dobles ofrece estos trazos
delicados, estas perspectivas de la cotidianidad tan personales y propias de la
voz poética que narra.
Ahora
bien, la segunda parte de libro, La
muerte, es el descenlace de esta conformación del panorama. Comienza con
una delineación de este culmen:
Es más larga la incertidumbre que la vida
Melissa
(…)
Por
eso el amor se acaba
y
los sueños tienen fin (38)
Aquí
la voz narradora se comienza a deconstruir. Traza con firmeza su desencanto y
transfiere todo el poder a la palabra. Se sostiene en ella y la utiliza como
vía de comunicación intradiegética, con tonos reflexivos e insondables. En este sentido, podría enlazarse esta
percepción con la vivencia de la poeta que, en entrevista, aseguró que escribir
es la única manera que tiene para escucharse con atención.[8] Es
en La muerte donde encontramos poemas
que recuerdan que la voz poética de Vargas no es ajena a la violencia
cotidiana, no está fuera de contexto. Aquí, ella se encuentra con otras doppelgängers, de 31 años, como ella;
mujeres, como ella; muriendo, como ella:
Aracely tiene mi edad
treinta y un años
cinco
hijos
y
seis disparos repartidos por el cuerpo (…)
Yo
la observo por el televisor
dejo
de comer
Aracely
duerme
y
yo soy testigo de su pesadilla (49)
Esta
forma de presentar la realidad no cae en el lugar común, como sucede con muchos
de sus contemporáneos. El discurso es maduro y apegado a la coherencia del que
vive esta cotidianidad: lo ve, lo sabe, lo conoce, lo acepta, se admite testigo
de estos hechos y apela al sentido común. No hay un discurso lagrimeante,
aferrado a los cadáveres y la sangre. Lo ve como cualquiera lo ve: un hecho al
que no es ajena, pero del que no forma parte. Quizá su acto de denuncia está en
la poesía honesta, y no en el eco de moda. Es así como Vania independiza su voz
de la de sus coetáneos.
En
este sentido, Francisco Morales Santos afirma que Vargas hace nacer sus poemas
“sin complejidades ni imitación en despotricar para estar a la moda, lo cual
demuestra madurez y convencimiento de lo que quiere hacer de su poesía: una
obra cincelada con inteligencia para que perdure”.[9]
La muerte se compone de poemas de
violencia pasiva y testimonio de la posmodernidad. Esa posmodernidad a la que no es
ajena, a la que pertenece. Es así como construye una muerte en vida: la muerte
es cotidianidad y está presente, acaso, en el televisor y en los recuerdos de
la abuela; en el recuerdo de Alejandro y en saltar de libro en libro.
No
cabe duda que Vania Vargas está consolidándose como una de las poetas más
destacadas de su generación. Y lo que hace que su obra sobresalga, es la
desaforada honestidad y autenticidad de sus textos. En Quizá ese día tampoco sea hoy hay una renovación en la poesía
contemporánea, lejana a la mera construcción verbal a la que se nos ha
acostumbrado en los últimos años. Aquí existe el verso, porque el verso
sustenta a la poeta. Es en él donde se encuentra la vida, la muerte y los
posibles dobles que hemos de encontrarnos.
Al
leer estos versos el lector podrá sentir, de hecho, que está leyendo una
confesión frenética y dimitida. Podría sentir, incluso, que es su doppelgänger quien ha escrito esta
poesía.
Obras
citadas
Leonardo,
José Roberto. Vania Vargas, una poeta en
la ciudad. Prensa Libre. Cultura. 2011. Entrevista disponible en Internet: http://www.prensalibre.com/cultura/cultura-literatura-poesia-escritora-Vania_Vargas-Guatemala_0_463153824.html
Vargas,
Vania. Quizá ese día tampoco sea hoy.
Guatemala: Editorial Cultura, 2010.
[1] Estaba cansado de
encontrar páginas cien por ciento construidas desde la anáfora de moda que
muchos poetas han tomado como bandera.
[2] Vargas, Vania. Quizá ese día tampoco sea hoy.
Guatemala: Editorial Cultura, 2010. Todas las citas que provengan de este libro
se indicarán con el número de página entre paréntesis.
[3] Yo agregaría ensayo y
crítica, pues la editorial Del Pensativo incluye como prólogo en su más
reciente edición de la novela de Luis de Lión, El tiempo principia en Xibalbá, una propuesta de lectura de la
quetzalteca.
[4] Varias conversaciones
con amigos poetas que han trabajado o compartido con ella me permiten acotar
esto.
[5] Leonardo, José Roberto. Vania Vargas, una poeta en la ciudad.
Prensa Libre. Cultura. 2011.
[6] Sin embargo, algunos poemas,
como The Ballad of Bonnie Parker,
figuran en ambos poemarios. Cuentos
infantiles se divide en cuatro partes: Las
marionetas no mienten, Mi hermanastra habita en los espejos, Todos los niños
crecen, excepto uno y Bestiario.
[7] Lo que Francisco Morales Santos ha definido como “vida-muerte-vida” en
la contraportada del libro.
[8] Leonardo,
José Roberto. Vania Vargas, una poeta en
la ciudad. Prensa Libre. Cultura. 2011.
[9] Contraportada del
libro.