jueves, 6 de junio de 2013

Más allá de la construcción verbal: Quizá ese día tampoco sea hoy, de Vania Vargas


Hablo como el intento de poeta que soy cuando afirmo que escribir y publicar poesía es una tarea difícil. Personalmente, considero a esta como la forma más delicada de exponerse uno mismo. Es una suerte de autobiografía que se trabaja con delicadeza y arte. Por tanto, me confieso poco partidario de aquellos poemarios en donde es evidente el desaforo en el trabajo por parte del autor: la poesía es, para mí, siempre un impulso, una eyaculación y un desahogo. Sobretrabajar un poema es enmascarar una idea, atestarlo de maquillajes y pretensiones. Claro está, esto no significa que cualquier convulsión es digna de ser llamada poema; está el trabajo delicado, el perfeccionamiento y el oficio del escritor que, en mi concepto, establecen un hiato enorme entre la labor de la escritura poética personal y la construcción verbal.
Hace algún tiempo, después de haberme abstenido de leer poesía guatemalteca contemporánea por decisión desmedidamente personal[1], adquirí en la Filgua 2012 el poemario Quizás ese día tampoco sea hoy[2], de Vania Vargas. La había oído mencionar en la voz de mis escasos amigos pertenecientes a los círculos literarios del país. Ella estaba allí y firmó mi libro; me pareció agradable. Siempre me ha gustado conocer la caligrafía de los autores. Me llevé el ejemplar a casa y, pasadas algunas semanas, lo abrí. Fue una agradable sorpresa: encontré poesía reveladora y personal. Ciertamente, una voz original e íntima.
Vargas nació en 1978 en Quetzaltenango. La solapa del libro indica que ha sido columnista en varios periódicos de aquel departamento y también en el periódico Universidad, de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Cuenta con varias publicaciones en los géneros de poesía y narrativa[3], y se recalca su participación en varias antologías de destacadas editoriales. Sus textos han sido incluidos en revistas como La ermita y Magna Terra. Quienes la conocen se refieren a ella como una mujer crítica e independiente, exigente consigo misma y accesible.[4] En fin, un sueño de poeta y mujer a la mitad de sus treinta.
            Quizá ese día tampoco sea hoy es su segundo libro de poesía, precedido por Cuentos infantiles (Catafixia Editorial, 2010). En entrevista con José Roberto Leonardo[5], Vargas afirmó que los dos libros nacieron producto de un mismo proyecto, que era, inicialmente, la obra que titula este ensayo. Empero, a medida que surgían los textos, algunos poemas diferían del objetivo y concepto de los dobles y la muerte, que es el tema central de Quizá…, y por ende aparecieron por separado.[6] Según la autora, la escritura y recopilación del contenido le llevó poco más de dos años.
            La obra que comentamos comienza con una salvedad; un epígrafe interesante e importante para acercarse al contenido: “Doppelgänger / Mito germano que se basa en la idea de la existencia de un doble. Encontrarse con él es presagio de muerte”. (5) De esta manera, Vargas abre la puerta para este laberinto cotidiano dividido en dos partes: Los dobles, donde intima consigo misma y hace un juego de espejos con la poesía; y La muerte, donde básicamente desencadena el culmen de ese encuentro paranormal. Toda la travesía tiene como hilo conductor una voz poética madura, incluso sabia, que se caracteriza por trasladar de forma limpia y honesta el sentimiento de pérdida-encuentro-pérdida.[7]
            En Los dobles el lector se encuentra inmerso a un laberinto de espejos. Vargas captura con miel al lector con los primeros poemas. Sus versos son dulces y tiernos, inclusive podría pensarse que aquellos son poemas acerca de la maternidad, o de la relación de una mujer con una niña, acaso el doppelgänger de la narradora:


                        Entre Melissa y yo
                        existe un intermediario
                        Me dice cómo está
                        Le cuenta qué ha pasado (…)
                        Desde que Melissa juega a ser una mujer dura
                        yo me convertí en su reflejo (9)

            Vargas construye la alteridad y le otorga cierto protagonismo, incluso más allá de su voz poética narradora. La magia en los poemas donde trabaja esta reflexión es la total incapacidad de asombro ante sus propias construcciones, como si fuesen personajes de la narrativa kafkiana. Hay duda e incertidumbre, pero no sorpresa al descubrir esos trazos que la narradora fabrica. Este encuentro con su doble no causa revuelo: nomás crea una ligera incomodidad, misma que produce versos de interesante connotación:

                        A veces me pregunto
                        si cuando ella piensa en su vida
                        me recuerda
                        Si a través de mi silencio
                        ha podido
                        vislumbrar
                        el laberinto (10 – 11)

            Por otro lado, al tiempo que descubre y describe su alteridad, esta voz poética habla acerca de la cotidianidad en que está inmersa. La relación y actitud de la narradora con este día a día se refleja en una postura reservada, profundamente ensimismada. Hay, de hecho, una burbuja entre el personaje que narra y su entorno. A pesar de reconocer lo bello en lo cotidiano, hay cierto temor de reconocerse como parte de esta cotidianidad:
                       
A dos mesas de distancia
                        una niña no me quita los ojos de encima (…)
                        Ella
                        -dicen-
                        es el futuro
                        Me levanto / la ignoro / y salgo del lugar
                        Espero que no haya logrado darse cuenta
                        de que en realidad
                        su futuro
                        podría ser yo (15)
           
            Por otro lado, Vargas trabaja y alude a la figura materna. En su caso, la voz poética se refiere a la madre como un ente que busca encontrarse reflejada en la narradora. Empero, los versos connotan una decisión completamente diferente: la independencia. Es así como Vargas (más bien, su voz poética) se presenta incomprendida por elegir el destino que más se adecua a su poesía. Ella es y está en una búsqueda personal de la identidad y de una construcción de felicidad completamente ajena a la que se le ha impuesto/propuesto.
            Hay originalidad en la forma de dirigirse a la madre. La acepta con comprensión. El discurso hacia la figura materna es de condolencia. Hay visos de culpa, pero al escribirlo en poesía los hay también de liberación, como si las palabras en verso asegurasen un entendimiento mutuo absoluto al presentarse como poeta:

                        Mi madre tiene una cicatriz vertical
                        que le parte el vientre a la mitad
                        Se la hice yo
                        hace varios años (…)
                        Sabe
                        que sigo buscando la salida
                        por el camino equivocado
                        y que ahora
                        las cicatrices
                        solo yo las voy a llevar (24)

            De esta manera, hay un desahogo profundo en la poesía. Una entrega completa en el verso. Hay también nostalgia, soledad y un discurso resignado a la vida; quizás no con valor, pero sí con aceptación y con conocimiento de la consecuencia de ser poeta. Hay acatamiento. Pura saudade. Los dobles ofrece estos trazos delicados, estas perspectivas de la cotidianidad tan personales y propias de la voz poética que narra.
            Ahora bien, la segunda parte de libro, La muerte, es el descenlace de esta conformación del panorama. Comienza con una delineación de este culmen:

                        Es más larga la incertidumbre que la vida
                        Melissa (…)
                        Por eso el amor se acaba
                        y los sueños tienen fin (38)

            Aquí la voz narradora se comienza a deconstruir. Traza con firmeza su desencanto y transfiere todo el poder a la palabra. Se sostiene en ella y la utiliza como vía de comunicación intradiegética, con tonos reflexivos e insondables.  En este sentido, podría enlazarse esta percepción con la vivencia de la poeta que, en entrevista, aseguró que escribir es la única manera que tiene para escucharse con atención.[8] Es en La muerte donde encontramos poemas que recuerdan que la voz poética de Vargas no es ajena a la violencia cotidiana, no está fuera de contexto. Aquí, ella se encuentra con otras doppelgängers, de 31 años, como ella; mujeres, como ella; muriendo, como ella:

                        Aracely tiene mi edad
                        treinta  y un años
                        cinco hijos
                        y seis disparos repartidos por el cuerpo (…)
                        Yo la observo por el televisor
                        dejo de comer
                        Aracely duerme
                        y yo soy testigo de su pesadilla (49)

            Esta forma de presentar la realidad no cae en el lugar común, como sucede con muchos de sus contemporáneos. El discurso es maduro y apegado a la coherencia del que vive esta cotidianidad: lo ve, lo sabe, lo conoce, lo acepta, se admite testigo de estos hechos y apela al sentido común. No hay un discurso lagrimeante, aferrado a los cadáveres y la sangre. Lo ve como cualquiera lo ve: un hecho al que no es ajena, pero del que no forma parte. Quizá su acto de denuncia está en la poesía honesta, y no en el eco de moda. Es así como Vania independiza su voz de la de sus coetáneos.
            En este sentido, Francisco Morales Santos afirma que Vargas hace nacer sus poemas “sin complejidades ni imitación en despotricar para estar a la moda, lo cual demuestra madurez y convencimiento de lo que quiere hacer de su poesía: una obra cincelada con inteligencia para que perdure”.[9]
            La muerte se compone de poemas de violencia pasiva y testimonio de la posmodernidad. Esa posmodernidad a la que no es ajena, a la que pertenece. Es así como construye una muerte en vida: la muerte es cotidianidad y está presente, acaso, en el televisor y en los recuerdos de la abuela; en el recuerdo de Alejandro y en saltar de libro en libro.
            No cabe duda que Vania Vargas está consolidándose como una de las poetas más destacadas de su generación. Y lo que hace que su obra sobresalga, es la desaforada honestidad y autenticidad de sus textos. En Quizá ese día tampoco sea hoy hay una renovación en la poesía contemporánea, lejana a la mera construcción verbal a la que se nos ha acostumbrado en los últimos años. Aquí existe el verso, porque el verso sustenta a la poeta. Es en él donde se encuentra la vida, la muerte y los posibles dobles que hemos de encontrarnos.
            Al leer estos versos el lector podrá sentir, de hecho, que está leyendo una confesión frenética y dimitida. Podría sentir, incluso, que es su doppelgänger quien ha escrito esta poesía.
           







Obras citadas

Leonardo, José Roberto. Vania Vargas, una poeta en la ciudad. Prensa Libre. Cultura. 2011. Entrevista disponible en Internet: http://www.prensalibre.com/cultura/cultura-literatura-poesia-escritora-Vania_Vargas-Guatemala_0_463153824.html

Vargas, Vania. Quizá ese día tampoco sea hoy. Guatemala: Editorial Cultura, 2010.




[1] Estaba cansado de encontrar páginas cien por ciento construidas desde la anáfora de moda que muchos poetas han tomado como bandera.
[2] Vargas, Vania. Quizá ese día tampoco sea hoy. Guatemala: Editorial Cultura, 2010. Todas las citas que provengan de este libro se indicarán con el número de página entre paréntesis.
[3] Yo agregaría ensayo y crítica, pues la editorial Del Pensativo incluye como prólogo en su más reciente edición de la novela de Luis de Lión, El tiempo principia en Xibalbá, una propuesta de lectura de la quetzalteca.
[4] Varias conversaciones con amigos poetas que han trabajado o compartido con ella me permiten acotar esto.
[5] Leonardo, José Roberto. Vania Vargas, una poeta en la ciudad. Prensa Libre. Cultura. 2011.
[6] Sin embargo, algunos poemas, como The Ballad of Bonnie Parker, figuran en ambos poemarios. Cuentos infantiles se divide en cuatro partes: Las marionetas no mienten, Mi hermanastra habita en los espejos, Todos los niños crecen, excepto uno y Bestiario.
[7] Lo que Francisco Morales Santos ha definido como “vida-muerte-vida” en la contraportada del libro.
[8] Leonardo, José Roberto. Vania Vargas, una poeta en la ciudad. Prensa Libre. Cultura. 2011.
[9] Contraportada del libro.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Breve reseña y algunos aspectos históricos sobre "Pequeña historia de viajes, amores e italianos", de Dante Liano


El tema de la migración humana ha sido tratado en la literatura desde tiempos remotos. Como ejemplos se pueden contar las migraciones descritas en la Biblia: el éxodo judío desde Egipto, la huida de María y José, y los viajes de San Pedro, San Pablo y Santiago el Mayor en los primeros tiempos del cristianismo; también la hégira de Mahoma, las migraciones de los sefarditas a través de cuatro continentes, y la migración desde el lago Titicaca al Cusco en la leyenda de Manco Cápac en los orígenes del imperio inca.
Tanto por documentación histórica como por significación metafórica, la migración es un lugar común. En la novela Pequeña historia de viajes, amores e italianos[1], Dante Liano hace de la Historia una historia con personajes peculiares e inolvidables. Italianos que vinieron engañados a una tierra que prometía riquezas, fortuna y éxito: un nuevo comienzo de ensueño.
Todo inicia de una manera desoladora y triste. Escenas dolorosas en el entierro del hijo de Antonio Cosenza, quien es el personaje principal de esta historia. Un momento oscuro y lóbrego; un paso del vía crucis de este calabrés. Pues resulta que el clima y la falta de comida han mellado a los calabreses y el hijo de Antonio ha sido uno de los perjudicados, aunque no era para nada raro que este tipo de situaciones sucedieran. Pasó el tiempo y llegó la primavera:
¿Había llorado Antonio Cosenza por su hijo? No lo recordaría nunca. Mucho años más tarde, cuando ya estaba en otro lugar, diría: “Mi primer hijo se murió”, como quien dice: “Viví en una casa tal y tal”, sin las inflexiones dramáticas que imponen silencio, sino más bien como quien recita un dato o dice un número: “Mi primer hijo se murió”. Les pasa a muchos.  (23)
            Pareciera haber alguna esperanza en la primavera, pues florecen los campos y Magdalena, su mujer, estaba esperando nuevamente. Empero, comenzó a sentirse mal y a tener problemas durante el embarazo. En fin: “La comadrona recibió a un niño agonizante de una madre agonizante” (25). Ambos murieron y el pobre Antonio, nuevamente, terminó en el cementerio, junto a las mujeres del pueblo, que de alguna manera recuerdan a las mujeres que acompañaron a Jesús en su pasión; enterró a su familia y, a pesar de que no es explícito, se hundió en una gran tristeza.
            ¿Quedaba alguna esperanza para este calabrés desamparado y en estado precario? Cada vez que se hablaba de América en aquellos lugares, la gente escuchaba asombrada y con ilusión. “Con sólo decir ‘América’ relumbran los ojos como si estuvieran delante de un cofre abierto con monedas de oro”. (27) Parecía una solución, una salida a la vida trágica y desesperanzadora a la que los calabreses estaban acostumbrados.
América era la tierra de los sueños, la solución para salir de pobre y embarcarse en una aventura sin igual. Se decía en Europa que en América los frutos caían de los árboles de tan pesados y jugosos, y que había oro por todos lados, incluso una ciudad completa de oro. Oro en las procesiones, cohetillos y pólvora… Dinero, felicidad y nueva vida fácil. Fue entonces cuando Antonio, en compañía de su amigo Pasquale, conoció a Pietro Boero, quien habló maravillas de este pequeño país americano: Guatemala:
“Ah, Guatemala es un país de ensueño – decía Boero-. Cuando yo llegué, no fue para quedarme, estaba de paso, pero sólo vi que pasó una procesión, pues son fieles católicos como nosotros, y vi que en la procesión había oro en los adornos de los santos, en las urnas, en las andas, en los vestidos de los penitentes, y pensé: ‘Aquí hay dinero de sobra’”. (31)
Y lo vendió muy bien a los calabreses. De esta forma, un grupo conformado por campesinos calabreses se embarcaron en las peores condiciones rumbo a Guatemala, específicamente al puerto de Santo Tomás de Castilla. Y hay verdad en esta historia, pues varios italianos llegaron a Guatemala a finales del siglo XIX. En la novela hay referencia a que el general presidente buscaba mejorar la raza y el porvenir del país trayendo europeos a sus tierras; incluso remarcando las diferencias entre Guatemala y otros países del cono sur, como Colombia, Venezuela, Chile y Argentina. El Informe Nacional de Desarrollo Humano afirma lo siguiente:
Hacia 1873, arribó a Guatemala un grupo de campesinos italianos, atraído por las promesas de la Sociedad para la inmigración del gobierno guatemalteco, que los reclutó para que cultivaran productos agrícolas. Aunque ofreció incentivos, éstos no se cumplieron y los colonos se dispersaron por todo el país, asentándose principalmente en Guatemala y Quetzaltenango.[2]
            En este relato, los viajeros hicieron una parada en Nueva York, donde gran parte de los italianos desembarcaron y se hicieron a su suerte. Ellos, empero, continuaron rumbo a Guatemala durante “días de navegación de Nueva York a Centroamérica. Aburridos”. (41) Al llegar a Puerto Barrios, los calabreses quedaron completamente desolados. No era aquél paraíso que Pietro Boero había prometido. Descendieron del barco y más admirados quedaron aún al confirmar que Boero no estaría allí jamás para recibirlos: “Porque Pietro Boero es un hijo de puta[3]”. (49)
            Los Capitone, familia que los había acompañado durante el eterno viaje hacia Guatemala, se hospedaron en un hotel, y ellos mismos, Antonio y Pasquale, decidieron que, con el poco dinero que tenían, lo mejor sería quedarse allí. Se enteran de la existencia de la Sociedad Italiana de Socorro Mutuo, que está en la ciudad de Guatemala, y deciden probar suerte dirigiéndose allá. Vale la pena mencionar que se dieron la gran fiesta el día que llegaron: se emborracharon, cantaron, bailaron y saciaron sus deseos de hombres. Para qué contar la goma del día siguiente.
            El camino hacia la capital fue largo. El ingreso fue por el barrio de Jocotenango, por donde ahora se encuentra el parque Francisco Morazán. Luego se trasladaron a Ciudad Vieja, en las afueras de la ciudad, camino a Villa Canales. Allí se ubicaba la Sociedad de Socorro Mutuo. Tuvieron quince días para acomodarse y buscar algún trabajo. Lo único que les salió fue irse a trabajar como “ingenieros” es una compañía estadounidense que estaba construyendo puentes en la costa sur del país.
El viaje hacia la costa fue maravilloso: todos felices cuando conocieron el lago de Amatiltán. Empero, cuando el calor comenzaba a calar, les entró la desesperación. Finalmente llegaron al pueblo, cansados, y se instalaron en una posada. Descansaron y al día siguiente tomaron camino hacia la empresa, donde les hicieron firmar un contrato y comenzaron a trabajar, no como ingenieros, sino como picapedreros.
En fin, esta fue solo una breve reseña de la primera parte de la novela. Quizás un mejor acercamiento es el de Méndez Vides, quien en una columna en elPeriódico reseñó la obra de Liano:
La novela arranca en el cementerio calabrés, cuando Antonio entierra a su primer hijo sumido en la desesperanza, y unos párrafos más adelante entierra también a su mujer. El dolor le surge de lo más profundo, y para resucitar viaja a Guatemala con dos amigos, y trabajan duro aunque sólo a uno le sonríe la fortuna. Franco, casado con la mujer que Antonio ama, se enriquece a cuenta de una cadena de cinematógrafos. Pasquale sobrevive malviviendo en bares y de la prostitución. Uno de tres, diríamos. Otra cosa fue la vida para el resto de italianos que llegaron entonces, algo sabemos de cuyos nombres suenan pero nada de quienes no, y ese es el tema que eligió Dante, la vida de quienes no lo lograron.[4]  
Empero, quizás lo más importante para el tema que concierne al presente ensayo sea esa emotividad que Méndez Vides afirma que existe en la novela, con referencia al tema de la emigración de europeos a Guatemala, y a que Liano, quizás, se remontó al anecdotario familiar para narrar la historia de Antonio y sus amigos calabreses. Y es que la migración tiene algunos componentes particulares. Aquél que llega a un país ajeno lleva consigo su cultura y su país. Esa identidad propia con la que ha sido construido y moldeado desde la niñez.[5]
Hay algo de romántico en extrañar. Algo clave en el epígrafe de esta novela: “Partir es todo lo que sabemos de los Cielos, y todo lo que necesitamos del Infierno”.[6] No, no es que Antonio Cosenza haya partido del paraíso calabrés al infierno centroamericano. Es que él, a mi parecer, era una de esas criaturas poco bendecidas.
Era de aquellas personas que uno ve y dice: “Ah, ahí va el pobre tal”, “Pobre tal, siempre tan triste”, “Es que a tal le pasó tal cosa, pobre”. Hay cierta lástima hacia él, tanto por parte del narrador como del lector. La construcción del personaje por parte del narrador es casi comparable con la construcción de Macabea por parte de Rodrigo S.M.[7], pero algo más sentimental. Incluso los momentos de mayor ternura son prohibidos de alegría:
“Se va a llamar Roberto”, le dijo a Lola cuando le anunció que estaba embarazada por segunda vez. “Y qué sabés vos si va a ser hombre o mujer” “Tiene que ser hombre”, le contestó. Y Lola se resignó  a la tozudez de su marido, y se resignó también a que no habían pasado dos meses del parto y ya la había embarazado otra vez. (182)
A todo esto, mientras Pasquale se había hecho de la vida de vicios con la prostitución y el trago, Franco, quien estaba casado con Martina, la mujer que verdaderamente amaba Antonio, se había convertido en un exitoso empresario del cinematógrafo. Era Antonio al que, desde la construcción del narrador, la vida le estaba pagando mal.
Vale la pena recalcar que durante la narración son pocos los momentos en los que se percibe verdaderamente feliz a Antonio. Quizás la primera noche en Guatemala, la noche de farra; y quizás cuando cantaba en el barco, ilusionado por estas tierras nuevas.
Antonio se construyó desde la infelicidad. Él mismo llega a un punto clave en la historia en la que incluso le pregunta al párroco:
¿De dónde es uno? ¿A quién pertenece el corazón del hombre? Cuando Anbtonio Cosenza le hizo esa sencilla pregunta al padre Schumacher, el cura lo liquidó rápidamente con una sentencia de Salomón: “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón”. Claro que para Antonio fue como un acertijo. (194)
            Méndez Vides afirma que la novela es rica y emotiva. Rica en lenguaje, descripciones y narración; y emotiva en el cien por ciento de su conformación estructural, me atrevería yo a decir. Y es que a pesar de que los personajes son queridos, el narrador los traza con cierta saudade. Esa saudade que no tiene una traducción directa del portugués, que mezcla la nostalgia, la melancolía, el dolor y un dejo de esperanza, que es esta última la que hace vibrar, la que sublima todos los demás sentimientos.
            Antonio debía mantener una familia numerosa: la Dolorsitas y sus tres hijos. Era tarea dura, pues la familia crecía pero no así los ingresos de la construcción. Además estaba lejos de su tierra, sintiendo envidia camuflageada hacia sus dos amigos, Pasquale y Franco; y, en el fondo, amando a Martina. Una vida triste. Él, que se había ido de Italia hacia Guatemala con la esperanza de éxito y de riquezas, era siempre un fracasado y triste viejo:
De adentro para afuera, nadie se va haciendo viejo, sino que ve a los niños crecer y entonces dice: “Algo estaré cambiando yo también”. (…) Antonio Cosenza sabía que había gente que con la vejez acentuaba lo estúpido. Ah, la vida le había enseñado que con el pasar de los años lo único que se acentúa son los defectos. (203)
            Antonio envejece. Como afirma Méndez Vides: “El novelista dibuja de primera mano el final de Antonio Cosenza, su caída y agonía, en el mausoleo de los italianos en la Capital, en unas páginas dolorosas y mágicas”.[8] En sus últimos momentos, Antonio Cosenza es un héroe, como cualquier viejo muerto: aprovecha sus últimos momentos para colocar su mano en el hombro de Roberto, su hijo, y le dice que no vivió en vano. Y así muere. Sin pena ni gloria. Como un emigrante que no alcanzó el sueño y la promesa americana.
            Al final de la obra aparece Diego sentado en el mostrador de la tienda, viendo llorar a Roberto, su padre, por la muerte de su abuelo Antonio. Diego: la figura del futuro de la familia. Méndez Vides dice que seguramente este Diego personaje es Dante Liano.[9]
            Con respecto a la relación historia – ficción de esta novela, me parece que esta novela es más ficción que historiografía o historia. Si bien es fiel a documentos históricos y hechos importantes, como el atentado contra Estrada Cabrera o la migración europea a América, este es más bien un relato casi personal que conmueve. La historia también conmueve, claro, pero en este sentido, no es un texto histórico.
            Es un texto híbrido, formalmente maduro, que utiliza la historia para dar más realismo al contenido. Me parece que la parte histórica está tan bien trabajada que podría servir como referencia en algunos casos, pues fue de esa forma que yo supe, por ejemplo, que se refería al barrio Jocotenango, por el parque Morazán, cuando se citó ese pueblo en el texto.
            Hay muchas novelas, cuentos y leyendas que se benefician de la historia para apoyar su contenido. Hay estudios históricos completamente literarios, como obras literarias completamente históricas, y no necesariamente son lo mismo, ni equivale la una a la otra.
            Finalmente, es una novela que vale la pena leer con cuidado y con tiempo para poder disfrutarla y sobre todo comprenderla. Hay mucho sentimiento en ella y mucha intimidad que puede incluso a resultar impactante. No cabe la menor duda de que es una novela hecha con pasión y con cuidado formal.








Obras citadas

Informe Nacional de Desarrollo Humano. (2005). Capítulo 4: Los múltiples rostros de la diversidad. Disponible en Internet: http://www.url.edu.gt/PortalURL/Archivos/49/Archivos/ca4.pdf

LIANO, Dante. Pequeña historia de viajes, amores e italianos. Guatemala: Sophos, 2012.

MÉNDEZ VIDES. Pequeña historia de viajes, amores e italianos. laColumna. elPeriódico. Martes 28 de octubre de 2008. Disponible en Internet: http://www.elperiodico.com.gt/es/20081028/lacolumna/77079/




[1] Liano, Dante. Pequeña historia de viajes, amores e italianos. Guatemala: Sophos, 2012. Todas las citas que corresponden a esta obra se indicarán con el número de página entre paréntesis.
[2] Informe Nacional de Desarrollo Humano 2005. Página 61. Bibliografía completa en Obras citadas.
[3] La traducción es mía.
[4] Méndez Vides. Pequeña historia de viajes, amores e italianos. laColumna. elPeriódico. Martes 28 de octubre de 2008. Disponible en Internet: http://www.elperiodico.com.gt/es/20081028/lacolumna/77079/
[5] Para esta afirmación no tomo en cuenta a aquellos niños que llegaron como migrantes con sus padres desde pequeños, o aquellas personas que han estado constantemente de viaje por el mundo, sin lograr construir una identidad nacional, patriótica o cultural en un solo lugar.
[6] Epígrafe de la novela. “Parting is all we know of heaven and all we need to know of hell”. Emily Dickinson. La traducción es mía.
[7] En referencia a la relación narrador-personaje, autor-personaje presente en La hora de la estrella, de Clarice Lispector.
[8] Méndez Vides. Pequeña historia de viajes, amores e italianos. laColumna. elPeriódico. Martes 28 de octubre de 2008. Disponible en Internet: http://www.elperiodico.com.gt/es/20081028/lacolumna/77079/
[9] Méndez Vides. Pequeña historia de viajes, amores e italianos.