Debo
confesar de entrada que cuando hojeé por primera vez el libro La civilización del espectáculo[1],
de Mario Vargas Llosa, me interesé profundamente en el tema. Algunas frases
lograban capturar esencialmente mis pensamientos hacia determinados argumentos
con respecto a la cultura que yo mismo, en mi delirio de escritor maldito, no
había logrado concretar en palabras. Me vi, pues, reflejado en la obra y me
dispuse a hacer una lectura atenta, usando la técnica de “diálogo con el
autor”.[2]
Pero poco a poco, conforme avanzaba en este ensayo, comencé a notar ciertos
dejos de melancolía, nostalgia, resentimiento y quizás una suerte de despedida,
acaso producida por una verdad absoluta: el intelectual, al estilo Vargas
Llosa, ha muerto.
Hice,
entonces, un ejercicio, un experimento: fotografié una de las frases que más me
impactó en la lectura, y la subí a mis redes sociales con esta provocadora pregunta:
“¿Qué nombres se les vienen a la mente con esta aseveración de Vargas Llosa?”.
La frase era la siguiente: “Porque, en la civilización del espectáculo, el
intelectual sólo interesa si sigue el juego de moda y se vuelve un bufón” (46).
La única respuesta que obtuve provino del estudiante en Filosofía y Letras,
Andrés Quezada[3],
y fue esta: “Si alguien te responde con un nombre, la polémica de tu tuit
devendría en espectáculo. Creo que tu tuit invita al espectáculo.[4]”
El amén es que es cierto: aquí estamos en pleno espectáculo, en un reality, en
un juego enigmático para lograr cada vez más y más atención. Y, sí señoras y
señores, el Nobel peruano, aunque sea uno de los creyentes de la
intelectualidad de antaño, forma parte de él.
Atrás
quedó esa imagen romántica del intelectual cigarrillo en mano, barba espesa,
que habla francés y se regocija en la literatura fundacional, el cine de Buñel
y la música académica. ¿Qué existe ahora como tal? ¿Cómo se identifica al
intelectual “de a de veras” en estos momentos tan álgidos de la cultura y la
sociedad? ¿Es ese bufón del que habla Vargas Llosa? ¿Acaso cualquier respuesta
frontal, desde cualquier punto de vista puede interpretarse como una mofa? ¿Es,
entonces, la etiqueta de la intelectualidad algo que solo puede admitir y
otorgar un premio Nobel, un crítico literario o la academia? Si es así,
prefiero mandar mil veces al diablo la academia…
En
esta época, todo mundo puede optar por aprender francés. También tiene derecho
de realizar cuantas impresiones le plazcan de un mediocre poemario, hacer una
mediocre presentación y venderlo a precios estúpidos… ¡Y puede tener éxito! El
espacio está abierto a tocar covers
de cumbias los fines de semana en los bares de culto, y tomar el aguardiente de
las clases populares que ahora los hipsters
han institucionalizado como la bebida “culta” (ay, sí). Puedes usar anteojos
sin lentes, nomás para verte cool.
Personalmente, no veo lo terrible en esto: la vida y los deseos personales de
cada quien poco deben interesar. Lo terrible, en todo caso, es no ver esperanza
entre toda esta banalidad. Y creo que es una pizca de ella la que hace falta en
el ensayo del peruano. Esperanza, claro está.
Pareciera,
después de la lectura, que resultan ser esos intelectuales tipo Vargas Llosa
aquellos dioses inalcanzables, seres de luz superiores a todos nosotros; seres
sin esfínteres, romantizados y casi erotizados como hitos en la historia. Y es
que no hay sarcasmo en mis palabras: eso pareciera. Porque, según Vargas Llosa,
“la cultura está en nuestros días a punto de desaparecer” (13). Y además, los
nuevos artistas resultan “impacientes y cínicos” (64)… - Momento, que hubo un
tiempo en que los dinosaurios eran nomás huevos… - ¿No puede verse esta ansia
como un deseo enérgico por producir lo que tanto se ha admirado de la
generación anterior? Conste, pues, que las condiciones fueron dadas en el
pasado y se aprovecha el presente para romper con la tradición. ¿No fue esa su
tarea? ¿Y no es aquella la nuestra?
Debo
confesarme herido, pues es a esta mi generación, tan frívola, superficial y
banal a la que un admirado doctor se refiere con tanto desdén y altivez. No
defiendo la mediocridad, sino la consecuencia del tiempo. Y es que entre todo
lo que surge ahora que se hace llamar arte (que ahora también incluye a la moda
y a la cocina, como bien remarca Vargas Llosa), hay particularidades positivas.
Es cierto: recién fui a una exposición de fotografía[5] y
entre todas las imágenes que me parecían más de lo mismo, encontré dos que
transgredían, y no por los atractivos torsos desnudos y masculinas facciones de
los modelos: el contenido era relevante, tenía un mensaje, pues. No está todo
perdido. Hay esperanza entre tanta confusión.
Revisé
un poco de lo que se ha comentado en la red sobre La civilización del espectáculo. Encuentro poca crítica y mucha
publicidad, lo que José Martínez ha descrito como una paradoja:
Las
reacciones ante La civilización y
espectáculo, ciertamente, han sido numerosas, desbordadas en reseñas, en artículos,
en comentarios y en apostillas que han servido (exacto) de promoción más que de
contribución crítica a un debate que (insisto) tiene un alcance mayor de lo que
el mundo cultural ha pretendido o ha fingido entender.[6]
Es
así como Martínez afirma que el resultado de este texto del Nobel no ha
generado aquella respuesta de la “alta cultura” que Vargas Llosa hubiese
deseado (si es que deseaba eso). No faltan, tampoco, las alabanzas a este
trabajo. Empero, son pocas aquellas que realmente aportan algo más además del
elogio, bien merecido, del afamado escritor, pues la prosa es impecable,
académica, elegante y sagaz. Aunque, insisto, es un tanto lamentable el
mensaje, sobre todo para aquellos que buscamos hacernos un espacio en el mundo
académico, artístico y cultural.
Así,
Martínez también afirma que “han sido menos las voces de autoridad que han
mostrado cierta disensión y no menos malestar por la proclama del (magnífico)
Nobel.[7]”
Incluso, destaca aquellas propuestas como el pacto de “no agresión” y los
beneficios que trae consigo la inclusión de las nuevas tecnologías. Al fin y al
cabo, siempre hay alguien con un mejor dominio de las emociones que propone la
paz. Y eso está muy bien.
Empero,
Vargas Llosa no solo arremete contra la cultura y los nuevos intelectuales.
Vemos, pues, que también ataca a la religión de forma categórica y despiadada.
Como si acaso un buen intelectual debe ser, como norma absoluta, ateo o
descreído. ¡Pamplinas! Veamos: “La fuerza de la religión es tanto mayor cuanto
más grande sea la ignorancia de una comunidad.” (164) O bien:
No
es por eso raro que la religión y las prácticas religiosas estén más arraigadas
en las clases y sectores más desfavorecidos de la sociedad, aquellos contra los
cuales, por su pobreza y vulnerabilidad, se encarnizan los abusos y vejámenes
de toda índole… Se soporta mejor la pobreza, la discriminación, la explotación
y el atropello si se cree que habrá un desagravio y una reparación póstumos
para todo ello. (166)
¿Ideay?
Párrafos antes, Vargas Llosa instituía la religión como uno de los factores
fundacionales y fundamentales de la “alta cultura”. ¿Es o no es? ¿Son babosos
Miguel Ángel, Leonardo, Sor Juana, Asturias[8] o
Ernesto Cardenal? ¿O sea que las obras de Miguel Ángel serían mejores si él no
hubiese sido inspirado por los misterios de Dios? ¿El son que yo compuse a la
Virgen María como acción de gracias es, entonces, fruto de mi alienación e
ignorancia? ¿O más bien se refiere a que el arte podría haber sido mejor
deviniendo en arte no religioso? Es un tanto confuso, y esto lo resalta Juan
Manuel Milián:
¿Por
qué Vargas Llosa se refiere a los creyentes como ignorantes e ingenuos si la
religión, en últimas, es uno de los factores que crea la alta cultura, el arte,
historia y literatura? ¿Los creyentes no son más bien los inteligentes y los
únicos que mantienen en sí, algo de la cultura? Esta posición de parte del
autor no queda muy clara para el lector, ya que genera discrepancia entre sus
afirmaciones.[9]
Hago constar al lector que no estoy,
en absoluto, predicando. Nomás las cosas en su orden. Y notemos, también, la
influencia del cristianismo en el arte ateo o desafiante a esta religión: las
grandes obras subversivas se afianzan de la iconografía tradicional; cruces,
rosarios, sacerdotes, monjas, sansebastianes, hostias… En fin.
Por otra parte, el escritor mexicano
Jorge Volpi tiene uno de los ensayos críticos más connotados sobre esta obra de
Vargas Llosa. Desde el título,[10]
la ironía es evidente, y la diferencia ideológica se presenta con contundencia
desde los primeros párrafos. Incluso compara el ensayo del peruano con el Fedro de Sócrates. De este ensayo de
Volpi destaco lo siguiente:
¿De
qué se lamenta Vargas Llosa? De todo. Del estado actual de la cultura y la
política, de la religión e incluso del sexo. Según él, todas estas vertientes
de lo humano han sido pervertidas por la gangrena de la frivolidad.
Vargas
Llosa no es, por supuesto, el primero en entristecerse al ver un estadio lleno
para Shakira cuando sólo un puñado de fanáticos asiste a un recital de Schumann
pero, en términos proporcionales, nunca tanta gente disfrutó de la alta
cultura. Nunca se leyeron tantas novelas profundas, nunca se oyó tanta música
clásica, nunca se asistió tanto a museos, nunca se vio tanto cine de autor.[11]
Volpi pinta a un Mario Vargas Llosa
solitario y desesperanzado, quizás escudado detrás del premio Nobel,
despotricando contra todo aquello que ya no es como fue. Ah, añoranza… Y es que
a mi parecer, los que se mantienen vigentes, como Madonna (sí, estoy haciendo
referencia a Madonna, la reina del pop), son los que ven las oportunidades en
el cambio. ¿No habrá querido provocarnos de esta forma tan maquiavélica el
peruano con este texto? Puede ser, también. Y si fuese así, vaya que lo ha
logrado, al menos conmigo.
A lo largo, ancho y alto de este
ensayo puede percibirse cierta presunción por parte del autor. Básicamente nos
dice, con una prosa incomparable, lo que para él significa la cultura y la
intelectualidad. Y es respetable en todos los sentidos. Empero, el
planteamiento ideológico resulta a momentos poco convincente, arrogante e incluso
impositivo. Y no está lejos de cualquiera de nosotros: siempre hay alguien que
lamentará todo.[12]
En este sentido resulta un tanto
difícil hacer una propuesta. Quizás la solución sería asesinar la crítica en
cualquiera de sus ramas para no herir susceptibilidades y vivir en la Matrix del pony rosado; empero esto
destruiría cualquier viso de comunicación. La crítica es necesaria. Genera
reacciones y acciones. Desde mi perspectiva, este libro del Nobel peruano es
una provocación hacia las nuevas generaciones y, lo que es mejor, una
invitación a aprovechar estos “trágicos” cambios para transgredir y dar paso a
toda una nueva forma de pensamiento. ¿Cuál será esta? La que nosotros vayamos
conformando.
La
posición de Vargas Llosa no es única ni está limitada a su contexto como
intelectual de antaño. Conozco de primera mano a intelectuales que se
glorifican en recitales de cuarteto de cuerdas, que conocen los diálogos en las
películas de Almodóvar, que recitan con fe y devoción (¿acaso no sería también
esto religión?) los postulados de teorías libertarias o socialistas, y que aun
así, en esa intelectualidad a la que le han tomado cariño, o han sido sometidos
para encajar con otros pares, tienden a verlo a uno hacia abajo.
Pues
algo así me sentí leyendo La civilización
del espectáculo. Por eso, confieso que hubo momentos de risa, de gozo y de
defensa. Este ensayo es, en sí, mi mecanismo de defensa para no pensar que
estoy perdiendo mi valor intelectual por ser fanático de Rihanna y ver las
películas de la Lindsay Lohan (que disfruto tanto como escuchar las complejas
melodías y armonizaciones de Tori Amos o Yann Tiersen, o como ver las películas
de Polanski).
Son
solo posturas diferentes que, con seguridad, serán firmemente defendidas con
uñas y dientes por significar el modus
vivendi que cada ser humano ha escogido para sí. A mí no me gusta pensar
que soy menos intelectual o más intelectual que mis amigos. Tampoco me gusta
pensar que soy un idiota cada vez que rezo un rosario o cargo una procesión.
Mucho menos quisiera sentirme culpable por mis caprichos de cama, aunque para
otros (muchísimos) sean completas aberraciones anti natura. Mi felicidad vale tanto más que el prejuicio de
alguien hacia mi estilo de vida, mis decisiones y mi postura ante el mundo.
Por
esta y muchas razones, lamento la tesis de Vargas Llosa. Con el poder
intelectual que tiene podría haber aprovechado mejor esas 227 páginas. Eso sí:
hay verdad en sus palabras; una verdad muy personal que es válida en el ensayo
y que requiere de coraje para ser publicada o compartida. ¿Que me tomé muy
apecho sus intervenciones? Seguramente sí, pero no me avergüenza.
No
cabe duda que abundarán aquellos intelectuales “de a de veras” que leerán con
melancolía cortavenas y nostalgia profunda esta tesis de Vargas Llosa; y
también abundarán aquellos pueriles académicos que añorarán esa imagen epítome
del intelectual que quisieran llegar a ser, con la boina y el suéter de cuello
de tortuga.
Pero
es un hecho, y es definitivo, que habremos otros que nomás veremos esta obra
del peruano como el epitafio a la intelectualidad de antaño que abre las
puertas a una nueva esperanza, a un nuevo pensamiento, quizás más light, pero más humano. Porque el ser
humano es deseos y es pasión; es impulso y está ansioso por ser reconocido. Y
como ahora se puede. ¿Qué más se le va a hacer? Quizás sea esa “mierda
paquidérmica” (64) la entrada triunfal a las nuevas vanguardias. Y sí, tal vez
da un poquito de miedo. Mientras tanto, este y otros ensayos sobre el tema
seguirán generando más y más espectáculo. ¡Flash, flash, flash! Ah. Aquello que
tanto aqueja a Mario Vargas Llosa…
Obras
citadas
MARTÍNEZ, José. Reseña: La civilización del espectáculo, de Mario Vargas Llosa.
Revista Caracteres. 2012. Citado el 15 de abril de 2012. Disponible en
Internet:
http://revistacaracteres.net/revista/vol1n2noviembre2012/resena-la-civilizacion-del-espectaculo-de-mario-vargas-llosa/.
MILIÁN, Juan Manuel. Una mirada más allá del espectáculo. Academia.edu.
Página 3. Citado el 16 de abril de 2012. Disponible en Internet:
http://www.academia.edu/2212265/Comentario_Critico_-_La_Civilizacion_del_Espectaculo
VARGAS LLOSA, Mario. La civilización del espectáculo. México, D. F.: Alfaguara, 2012.
VOLPI, Jorge. El último de los mohicanos. Pensamiento libre y crítico. 2012.
Blogspot.com. Citado el 15 de abril de 2012. Disponible en Internet:
http://pensamientolibreycritico.blogspot.com/2012/04/el-ultimo-de-los-mohicanos-en-la.html.
[1] Vargas Llosa,
Mario. La civilización del espectáculo. México, D. F.: Alfaguara, 2012. Todas
las citas que corresponden a esta obra se indicarán con el número de página
entre paréntesis.
[2] Este tipo de lectura comprensiva
consiste en lo que muchos consideran un ultraje al libro físico: notas en los
márgenes de la página, uso del resaltador en frases de interés, escribir las
emociones que se van sintiendo conforme se avanza en la lectura. ¿La
procedencia y origen de esta técnica? No la conozco. En el colegio Liceo
Javier, donde yo cursé básicos y bachillerato, se utiliza esta técnica como una
herramienta de lectura comprensiva. Y a mí, a veces, me funciona muy bien.
[3] De quien puedo orgullosamente
confesar que fui maestro de Literatura Hispanoamericana en el colegio Liceo
Javier en el año 2009.
[5] Exposición fotográfica “Dulce
mortificación“, de Eny Roland Hernández, Casa Enriqueta, 6 de abril de 2013. La
exposición constaba de imágenes que mostraban a los tradicionales cucuruchos de
Guatemala en situaciones eróticas, contestatarias o escandalosas. Otro juego
más con la iconografía cristiana. Ya cansa un poco, pero había cosas buenas.
[6] Martínez, José.
Reseña: La civilización del espectáculo,
de Mario Vargas Llosa. Revista Caracteres. 2012. Citado el 15 de abril de
2012. Referencia bibliográfica completa en Obras citadas. La cursiva es mía.
[8] No hay que olvidar que si algo
no se le pudo quitar a Miguel Ángel Asturias fue su fe y su religión, a la que
estaba fuertemente unido por un lazo más allá de lo espiritual y que, en
algunos cuentos y obras, sale a colación con hermosas alusiones y metáforas. Si
no, a leer Viernes de Dolores y Maladrón, o los cuentos del Espejo de Lida Sal
con más atención.
[9] Milián, Juan Manuel. Una mirada más allá del espectáculo.
Página 3. Bibliografía completa en Obras citadas.
[10] El ensayo se titula El último de los moicanos. Vaya la
semiótica a revolver significados.
[11] Volpi, Jorge. El último de los mohicanos. Pensamiento
libre y crítico. 2012. Bibliografía completa en Obras citadas.
[12] El famoso “Pelosopero”, en la
teoría de Enrique Campang. Aquel sujeto que siempre ve el pelo en la sopa. No
tengo una referencia bibliográfica. Esto fue de lo poco que aprendí en sus
clases en la universidad.
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