El
tema de la migración humana ha sido tratado en la literatura desde tiempos
remotos. Como ejemplos se pueden contar las migraciones descritas en la Biblia:
el éxodo judío desde Egipto, la huida de María y José, y los viajes de San
Pedro, San Pablo y Santiago el Mayor en los primeros tiempos del cristianismo;
también la hégira de Mahoma, las migraciones de los sefarditas a través de
cuatro continentes, y la migración desde el lago Titicaca al Cusco en la
leyenda de Manco Cápac en los orígenes del imperio inca.
Tanto
por documentación histórica como por significación metafórica, la migración es
un lugar común. En la novela Pequeña
historia de viajes, amores e italianos[1],
Dante Liano hace de la Historia una historia con personajes peculiares e
inolvidables. Italianos que vinieron engañados a una tierra que prometía
riquezas, fortuna y éxito: un nuevo comienzo de ensueño.
Todo inicia de una manera desoladora y triste. Escenas dolorosas en el entierro
del hijo de Antonio Cosenza, quien es el personaje principal de esta historia.
Un momento oscuro y lóbrego; un paso del vía crucis de este calabrés. Pues
resulta que el clima y la falta de comida han mellado a los calabreses y el
hijo de Antonio ha sido uno de los perjudicados, aunque no era para nada raro
que este tipo de situaciones sucedieran. Pasó el tiempo y llegó la primavera:
¿Había
llorado Antonio Cosenza por su hijo? No lo recordaría nunca. Mucho años más
tarde, cuando ya estaba en otro lugar, diría: “Mi primer hijo se murió”, como
quien dice: “Viví en una casa tal y tal”, sin las inflexiones dramáticas que
imponen silencio, sino más bien como quien recita un dato o dice un número: “Mi
primer hijo se murió”. Les pasa a muchos.
(23)
Pareciera haber alguna esperanza en
la primavera, pues florecen los campos y Magdalena, su mujer, estaba esperando
nuevamente. Empero, comenzó a sentirse mal y a tener problemas durante el
embarazo. En fin: “La comadrona recibió a un niño agonizante de una madre
agonizante” (25). Ambos murieron y el pobre Antonio, nuevamente, terminó en el
cementerio, junto a las mujeres del pueblo, que de alguna manera recuerdan a
las mujeres que acompañaron a Jesús en su pasión; enterró a su familia y, a
pesar de que no es explícito, se hundió en una gran tristeza.
¿Quedaba alguna esperanza para este
calabrés desamparado y en estado precario? Cada vez que se hablaba de América
en aquellos lugares, la gente escuchaba asombrada y con ilusión. “Con sólo
decir ‘América’ relumbran los ojos como si estuvieran delante de un cofre
abierto con monedas de oro”. (27) Parecía una solución, una salida a la vida
trágica y desesperanzadora a la que los calabreses estaban acostumbrados.
América
era la tierra de los sueños, la solución para salir de pobre y embarcarse en
una aventura sin igual. Se decía en Europa que en América los frutos caían de
los árboles de tan pesados y jugosos, y que había oro por todos lados, incluso
una ciudad completa de oro. Oro en las procesiones, cohetillos y pólvora…
Dinero, felicidad y nueva vida fácil. Fue entonces cuando Antonio, en compañía
de su amigo Pasquale, conoció a Pietro Boero, quien habló maravillas de este
pequeño país americano: Guatemala:
“Ah,
Guatemala es un país de ensueño – decía Boero-. Cuando yo llegué, no fue para
quedarme, estaba de paso, pero sólo vi que pasó una procesión, pues son fieles
católicos como nosotros, y vi que en la procesión había oro en los adornos de
los santos, en las urnas, en las andas, en los vestidos de los penitentes, y
pensé: ‘Aquí hay dinero de sobra’”. (31)
Y
lo vendió muy bien a los calabreses. De esta forma, un grupo conformado por
campesinos calabreses se embarcaron en las peores condiciones rumbo a
Guatemala, específicamente al puerto de Santo Tomás de Castilla. Y hay verdad
en esta historia, pues varios italianos llegaron a Guatemala a finales del
siglo XIX. En la novela hay referencia a que el general presidente buscaba
mejorar la raza y el porvenir del país trayendo europeos a sus tierras; incluso
remarcando las diferencias entre Guatemala y otros países del cono sur, como
Colombia, Venezuela, Chile y Argentina. El Informe Nacional de Desarrollo
Humano afirma lo siguiente:
Hacia
1873, arribó a Guatemala un grupo de campesinos italianos, atraído por las
promesas de la Sociedad para la inmigración del gobierno guatemalteco, que los
reclutó para que cultivaran productos agrícolas. Aunque ofreció incentivos,
éstos no se cumplieron y los colonos se dispersaron por todo el país, asentándose
principalmente en Guatemala y Quetzaltenango.[2]
En este relato, los viajeros
hicieron una parada en Nueva York, donde gran parte de los italianos
desembarcaron y se hicieron a su suerte. Ellos, empero, continuaron rumbo a
Guatemala durante “días de navegación de Nueva York a Centroamérica.
Aburridos”. (41) Al llegar a Puerto Barrios, los calabreses quedaron
completamente desolados. No era aquél paraíso que Pietro Boero había prometido.
Descendieron del barco y más admirados quedaron aún al confirmar que Boero no
estaría allí jamás para recibirlos: “Porque Pietro Boero es un hijo de puta[3]”.
(49)
Los Capitone, familia que los había
acompañado durante el eterno viaje hacia Guatemala, se hospedaron en un hotel,
y ellos mismos, Antonio y Pasquale, decidieron que, con el poco dinero que
tenían, lo mejor sería quedarse allí. Se enteran de la existencia de la
Sociedad Italiana de Socorro Mutuo, que está en la ciudad de Guatemala, y
deciden probar suerte dirigiéndose allá. Vale la pena mencionar que se dieron
la gran fiesta el día que llegaron: se emborracharon, cantaron, bailaron y
saciaron sus deseos de hombres. Para qué contar la goma del día siguiente.
El camino hacia la capital fue
largo. El ingreso fue por el barrio de Jocotenango, por donde ahora se
encuentra el parque Francisco Morazán. Luego se trasladaron a Ciudad Vieja, en
las afueras de la ciudad, camino a Villa Canales. Allí se ubicaba la Sociedad
de Socorro Mutuo. Tuvieron quince días para acomodarse y buscar algún trabajo.
Lo único que les salió fue irse a trabajar como “ingenieros” es una compañía
estadounidense que estaba construyendo puentes en la costa sur del país.
El
viaje hacia la costa fue maravilloso: todos felices cuando conocieron el lago
de Amatiltán. Empero, cuando el calor comenzaba a calar, les entró la
desesperación. Finalmente llegaron al pueblo, cansados, y se instalaron en una
posada. Descansaron y al día siguiente tomaron camino hacia la empresa, donde
les hicieron firmar un contrato y comenzaron a trabajar, no como ingenieros,
sino como picapedreros.
En
fin, esta fue solo una breve reseña de la primera parte de la novela. Quizás un
mejor acercamiento es el de Méndez Vides, quien en una columna en elPeriódico
reseñó la obra de Liano:
La novela arranca en el cementerio calabrés,
cuando Antonio entierra a su primer hijo sumido en la desesperanza, y unos
párrafos más adelante entierra también a su mujer. El dolor le surge de lo
más profundo, y para resucitar viaja a Guatemala con dos amigos, y trabajan
duro aunque sólo a uno le sonríe la fortuna. Franco, casado con la mujer
que Antonio ama, se enriquece a cuenta de una cadena de
cinematógrafos. Pasquale sobrevive malviviendo en bares y de la
prostitución. Uno de tres, diríamos. Otra cosa fue la vida para el
resto de italianos que llegaron entonces, algo sabemos de cuyos nombres suenan
pero nada de quienes no, y ese es el tema que eligió Dante, la vida de quienes
no lo lograron.[4]
Empero,
quizás lo más importante para el tema que concierne al presente ensayo sea esa
emotividad que Méndez Vides afirma que existe en la novela, con referencia al
tema de la emigración de europeos a Guatemala, y a que Liano, quizás, se
remontó al anecdotario familiar para narrar la historia de Antonio y sus amigos
calabreses. Y es que la migración tiene algunos componentes particulares. Aquél
que llega a un país ajeno lleva consigo su cultura y su país. Esa identidad
propia con la que ha sido construido y moldeado desde la niñez.[5]
Hay
algo de romántico en extrañar. Algo clave en el epígrafe de esta novela:
“Partir es todo lo que sabemos de los Cielos, y todo lo que necesitamos del
Infierno”.[6]
No, no es que Antonio Cosenza haya partido del paraíso calabrés al infierno
centroamericano. Es que él, a mi parecer, era una de esas criaturas poco
bendecidas.
Era
de aquellas personas que uno ve y dice: “Ah, ahí va el pobre tal”, “Pobre tal,
siempre tan triste”, “Es que a tal le pasó tal cosa, pobre”. Hay cierta lástima
hacia él, tanto por parte del narrador como del lector. La construcción del
personaje por parte del narrador es casi comparable con la construcción de
Macabea por parte de Rodrigo S.M.[7],
pero algo más sentimental. Incluso los momentos de mayor ternura son prohibidos
de alegría:
“Se
va a llamar Roberto”, le dijo a Lola cuando le anunció que estaba embarazada
por segunda vez. “Y qué sabés vos si va a ser hombre o mujer” “Tiene que ser
hombre”, le contestó. Y Lola se resignó
a la tozudez de su marido, y se resignó también a que no habían pasado
dos meses del parto y ya la había embarazado otra vez. (182)
A
todo esto, mientras Pasquale se había hecho de la vida de vicios con la
prostitución y el trago, Franco, quien estaba casado con Martina, la mujer que
verdaderamente amaba Antonio, se había convertido en un exitoso empresario del
cinematógrafo. Era Antonio al que, desde la construcción del narrador, la vida
le estaba pagando mal.
Vale
la pena recalcar que durante la narración son pocos los momentos en los que se
percibe verdaderamente feliz a Antonio. Quizás la primera noche en Guatemala,
la noche de farra; y quizás cuando cantaba en el barco, ilusionado por estas
tierras nuevas.
Antonio
se construyó desde la infelicidad. Él mismo llega a un punto clave en la
historia en la que incluso le pregunta al párroco:
¿De
dónde es uno? ¿A quién pertenece el corazón del hombre? Cuando Anbtonio Cosenza
le hizo esa sencilla pregunta al padre Schumacher, el cura lo liquidó
rápidamente con una sentencia de Salomón: “Donde está tu tesoro, allí está tu
corazón”. Claro que para Antonio fue como un acertijo. (194)
Méndez Vides afirma que la novela es
rica y emotiva. Rica en lenguaje, descripciones y narración; y emotiva en el
cien por ciento de su conformación estructural, me atrevería yo a decir. Y es
que a pesar de que los personajes son queridos, el narrador los traza con
cierta saudade. Esa saudade que no tiene una traducción
directa del portugués, que mezcla la nostalgia, la melancolía, el dolor y un
dejo de esperanza, que es esta última la que hace vibrar, la que sublima todos
los demás sentimientos.
Antonio debía mantener una familia
numerosa: la Dolorsitas y sus tres hijos. Era tarea dura, pues la familia
crecía pero no así los ingresos de la construcción. Además estaba lejos de su
tierra, sintiendo envidia camuflageada hacia sus dos amigos, Pasquale y Franco;
y, en el fondo, amando a Martina. Una vida triste. Él, que se había ido de
Italia hacia Guatemala con la esperanza de éxito y de riquezas, era siempre un
fracasado y triste viejo:
De
adentro para afuera, nadie se va haciendo viejo, sino que ve a los niños crecer
y entonces dice: “Algo estaré cambiando yo también”. (…) Antonio Cosenza sabía
que había gente que con la vejez acentuaba lo estúpido. Ah, la vida le había
enseñado que con el pasar de los años lo único que se acentúa son los defectos.
(203)
Antonio envejece. Como afirma Méndez
Vides: “El novelista dibuja de primera mano el final de Antonio Cosenza, su
caída y agonía, en el mausoleo de los italianos en la Capital, en unas páginas
dolorosas y mágicas”.[8] En
sus últimos momentos, Antonio Cosenza es un héroe, como cualquier viejo muerto:
aprovecha sus últimos momentos para colocar su mano en el hombro de Roberto, su
hijo, y le dice que no vivió en vano. Y así muere. Sin pena ni gloria. Como un
emigrante que no alcanzó el sueño y la promesa americana.
Al final de la obra aparece Diego
sentado en el mostrador de la tienda, viendo llorar a Roberto, su padre, por la
muerte de su abuelo Antonio. Diego: la figura del futuro de la familia. Méndez
Vides dice que seguramente este Diego personaje es Dante Liano.[9]
Con respecto a la relación historia
– ficción de esta novela, me parece que esta novela es más ficción que
historiografía o historia. Si bien es fiel a documentos históricos y hechos
importantes, como el atentado contra Estrada Cabrera o la migración europea a
América, este es más bien un relato casi personal que conmueve. La historia
también conmueve, claro, pero en este sentido, no es un texto histórico.
Es un texto híbrido, formalmente
maduro, que utiliza la historia para dar más realismo al contenido. Me parece
que la parte histórica está tan bien trabajada que podría servir como
referencia en algunos casos, pues fue de esa forma que yo supe, por ejemplo,
que se refería al barrio Jocotenango, por el parque Morazán, cuando se citó ese
pueblo en el texto.
Hay muchas novelas, cuentos y
leyendas que se benefician de la historia para apoyar su contenido. Hay
estudios históricos completamente literarios, como obras literarias
completamente históricas, y no necesariamente son lo mismo, ni equivale la una
a la otra.
Finalmente, es una novela que vale
la pena leer con cuidado y con tiempo para poder disfrutarla y sobre todo
comprenderla. Hay mucho sentimiento en ella y mucha intimidad que puede incluso
a resultar impactante. No cabe la menor duda de que es una
novela hecha con pasión y con cuidado formal.
Obras
citadas
Informe Nacional de Desarrollo Humano.
(2005). Capítulo 4: Los múltiples rostros
de la diversidad. Disponible en Internet:
http://www.url.edu.gt/PortalURL/Archivos/49/Archivos/ca4.pdf
LIANO, Dante. Pequeña historia de viajes, amores e italianos. Guatemala: Sophos,
2012.
MÉNDEZ VIDES. Pequeña historia de viajes, amores e italianos. laColumna.
elPeriódico. Martes 28 de octubre de 2008. Disponible en Internet:
http://www.elperiodico.com.gt/es/20081028/lacolumna/77079/
[1] Liano, Dante. Pequeña historia de viajes, amores e
italianos. Guatemala: Sophos, 2012. Todas las citas que corresponden a esta
obra se indicarán con el número de página entre paréntesis.
[2] Informe
Nacional de Desarrollo Humano 2005. Página 61. Bibliografía completa en Obras
citadas.
[4]
Méndez
Vides. Pequeña historia de viajes, amores
e italianos. laColumna. elPeriódico. Martes 28 de octubre de 2008.
Disponible en Internet:
http://www.elperiodico.com.gt/es/20081028/lacolumna/77079/
[5] Para esta
afirmación no tomo en cuenta a aquellos niños que llegaron como migrantes con
sus padres desde pequeños, o aquellas personas que han estado constantemente de
viaje por el mundo, sin lograr construir una identidad nacional, patriótica o
cultural en un solo lugar.
[6] Epígrafe de la
novela. “Parting is all we know of heaven
and all we need to know of hell”. Emily Dickinson. La traducción es mía.
[7] En referencia a
la relación narrador-personaje, autor-personaje presente en La hora de la estrella, de Clarice
Lispector.
[8] Méndez Vides. Pequeña historia de viajes, amores e
italianos. laColumna. elPeriódico. Martes 28 de octubre de 2008. Disponible
en Internet: http://www.elperiodico.com.gt/es/20081028/lacolumna/77079/
[9] Méndez Vides. Pequeña historia de viajes, amores e
italianos.
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