jueves, 6 de junio de 2013

Más allá de la construcción verbal: Quizá ese día tampoco sea hoy, de Vania Vargas


Hablo como el intento de poeta que soy cuando afirmo que escribir y publicar poesía es una tarea difícil. Personalmente, considero a esta como la forma más delicada de exponerse uno mismo. Es una suerte de autobiografía que se trabaja con delicadeza y arte. Por tanto, me confieso poco partidario de aquellos poemarios en donde es evidente el desaforo en el trabajo por parte del autor: la poesía es, para mí, siempre un impulso, una eyaculación y un desahogo. Sobretrabajar un poema es enmascarar una idea, atestarlo de maquillajes y pretensiones. Claro está, esto no significa que cualquier convulsión es digna de ser llamada poema; está el trabajo delicado, el perfeccionamiento y el oficio del escritor que, en mi concepto, establecen un hiato enorme entre la labor de la escritura poética personal y la construcción verbal.
Hace algún tiempo, después de haberme abstenido de leer poesía guatemalteca contemporánea por decisión desmedidamente personal[1], adquirí en la Filgua 2012 el poemario Quizás ese día tampoco sea hoy[2], de Vania Vargas. La había oído mencionar en la voz de mis escasos amigos pertenecientes a los círculos literarios del país. Ella estaba allí y firmó mi libro; me pareció agradable. Siempre me ha gustado conocer la caligrafía de los autores. Me llevé el ejemplar a casa y, pasadas algunas semanas, lo abrí. Fue una agradable sorpresa: encontré poesía reveladora y personal. Ciertamente, una voz original e íntima.
Vargas nació en 1978 en Quetzaltenango. La solapa del libro indica que ha sido columnista en varios periódicos de aquel departamento y también en el periódico Universidad, de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Cuenta con varias publicaciones en los géneros de poesía y narrativa[3], y se recalca su participación en varias antologías de destacadas editoriales. Sus textos han sido incluidos en revistas como La ermita y Magna Terra. Quienes la conocen se refieren a ella como una mujer crítica e independiente, exigente consigo misma y accesible.[4] En fin, un sueño de poeta y mujer a la mitad de sus treinta.
            Quizá ese día tampoco sea hoy es su segundo libro de poesía, precedido por Cuentos infantiles (Catafixia Editorial, 2010). En entrevista con José Roberto Leonardo[5], Vargas afirmó que los dos libros nacieron producto de un mismo proyecto, que era, inicialmente, la obra que titula este ensayo. Empero, a medida que surgían los textos, algunos poemas diferían del objetivo y concepto de los dobles y la muerte, que es el tema central de Quizá…, y por ende aparecieron por separado.[6] Según la autora, la escritura y recopilación del contenido le llevó poco más de dos años.
            La obra que comentamos comienza con una salvedad; un epígrafe interesante e importante para acercarse al contenido: “Doppelgänger / Mito germano que se basa en la idea de la existencia de un doble. Encontrarse con él es presagio de muerte”. (5) De esta manera, Vargas abre la puerta para este laberinto cotidiano dividido en dos partes: Los dobles, donde intima consigo misma y hace un juego de espejos con la poesía; y La muerte, donde básicamente desencadena el culmen de ese encuentro paranormal. Toda la travesía tiene como hilo conductor una voz poética madura, incluso sabia, que se caracteriza por trasladar de forma limpia y honesta el sentimiento de pérdida-encuentro-pérdida.[7]
            En Los dobles el lector se encuentra inmerso a un laberinto de espejos. Vargas captura con miel al lector con los primeros poemas. Sus versos son dulces y tiernos, inclusive podría pensarse que aquellos son poemas acerca de la maternidad, o de la relación de una mujer con una niña, acaso el doppelgänger de la narradora:


                        Entre Melissa y yo
                        existe un intermediario
                        Me dice cómo está
                        Le cuenta qué ha pasado (…)
                        Desde que Melissa juega a ser una mujer dura
                        yo me convertí en su reflejo (9)

            Vargas construye la alteridad y le otorga cierto protagonismo, incluso más allá de su voz poética narradora. La magia en los poemas donde trabaja esta reflexión es la total incapacidad de asombro ante sus propias construcciones, como si fuesen personajes de la narrativa kafkiana. Hay duda e incertidumbre, pero no sorpresa al descubrir esos trazos que la narradora fabrica. Este encuentro con su doble no causa revuelo: nomás crea una ligera incomodidad, misma que produce versos de interesante connotación:

                        A veces me pregunto
                        si cuando ella piensa en su vida
                        me recuerda
                        Si a través de mi silencio
                        ha podido
                        vislumbrar
                        el laberinto (10 – 11)

            Por otro lado, al tiempo que descubre y describe su alteridad, esta voz poética habla acerca de la cotidianidad en que está inmersa. La relación y actitud de la narradora con este día a día se refleja en una postura reservada, profundamente ensimismada. Hay, de hecho, una burbuja entre el personaje que narra y su entorno. A pesar de reconocer lo bello en lo cotidiano, hay cierto temor de reconocerse como parte de esta cotidianidad:
                       
A dos mesas de distancia
                        una niña no me quita los ojos de encima (…)
                        Ella
                        -dicen-
                        es el futuro
                        Me levanto / la ignoro / y salgo del lugar
                        Espero que no haya logrado darse cuenta
                        de que en realidad
                        su futuro
                        podría ser yo (15)
           
            Por otro lado, Vargas trabaja y alude a la figura materna. En su caso, la voz poética se refiere a la madre como un ente que busca encontrarse reflejada en la narradora. Empero, los versos connotan una decisión completamente diferente: la independencia. Es así como Vargas (más bien, su voz poética) se presenta incomprendida por elegir el destino que más se adecua a su poesía. Ella es y está en una búsqueda personal de la identidad y de una construcción de felicidad completamente ajena a la que se le ha impuesto/propuesto.
            Hay originalidad en la forma de dirigirse a la madre. La acepta con comprensión. El discurso hacia la figura materna es de condolencia. Hay visos de culpa, pero al escribirlo en poesía los hay también de liberación, como si las palabras en verso asegurasen un entendimiento mutuo absoluto al presentarse como poeta:

                        Mi madre tiene una cicatriz vertical
                        que le parte el vientre a la mitad
                        Se la hice yo
                        hace varios años (…)
                        Sabe
                        que sigo buscando la salida
                        por el camino equivocado
                        y que ahora
                        las cicatrices
                        solo yo las voy a llevar (24)

            De esta manera, hay un desahogo profundo en la poesía. Una entrega completa en el verso. Hay también nostalgia, soledad y un discurso resignado a la vida; quizás no con valor, pero sí con aceptación y con conocimiento de la consecuencia de ser poeta. Hay acatamiento. Pura saudade. Los dobles ofrece estos trazos delicados, estas perspectivas de la cotidianidad tan personales y propias de la voz poética que narra.
            Ahora bien, la segunda parte de libro, La muerte, es el descenlace de esta conformación del panorama. Comienza con una delineación de este culmen:

                        Es más larga la incertidumbre que la vida
                        Melissa (…)
                        Por eso el amor se acaba
                        y los sueños tienen fin (38)

            Aquí la voz narradora se comienza a deconstruir. Traza con firmeza su desencanto y transfiere todo el poder a la palabra. Se sostiene en ella y la utiliza como vía de comunicación intradiegética, con tonos reflexivos e insondables.  En este sentido, podría enlazarse esta percepción con la vivencia de la poeta que, en entrevista, aseguró que escribir es la única manera que tiene para escucharse con atención.[8] Es en La muerte donde encontramos poemas que recuerdan que la voz poética de Vargas no es ajena a la violencia cotidiana, no está fuera de contexto. Aquí, ella se encuentra con otras doppelgängers, de 31 años, como ella; mujeres, como ella; muriendo, como ella:

                        Aracely tiene mi edad
                        treinta  y un años
                        cinco hijos
                        y seis disparos repartidos por el cuerpo (…)
                        Yo la observo por el televisor
                        dejo de comer
                        Aracely duerme
                        y yo soy testigo de su pesadilla (49)

            Esta forma de presentar la realidad no cae en el lugar común, como sucede con muchos de sus contemporáneos. El discurso es maduro y apegado a la coherencia del que vive esta cotidianidad: lo ve, lo sabe, lo conoce, lo acepta, se admite testigo de estos hechos y apela al sentido común. No hay un discurso lagrimeante, aferrado a los cadáveres y la sangre. Lo ve como cualquiera lo ve: un hecho al que no es ajena, pero del que no forma parte. Quizá su acto de denuncia está en la poesía honesta, y no en el eco de moda. Es así como Vania independiza su voz de la de sus coetáneos.
            En este sentido, Francisco Morales Santos afirma que Vargas hace nacer sus poemas “sin complejidades ni imitación en despotricar para estar a la moda, lo cual demuestra madurez y convencimiento de lo que quiere hacer de su poesía: una obra cincelada con inteligencia para que perdure”.[9]
            La muerte se compone de poemas de violencia pasiva y testimonio de la posmodernidad. Esa posmodernidad a la que no es ajena, a la que pertenece. Es así como construye una muerte en vida: la muerte es cotidianidad y está presente, acaso, en el televisor y en los recuerdos de la abuela; en el recuerdo de Alejandro y en saltar de libro en libro.
            No cabe duda que Vania Vargas está consolidándose como una de las poetas más destacadas de su generación. Y lo que hace que su obra sobresalga, es la desaforada honestidad y autenticidad de sus textos. En Quizá ese día tampoco sea hoy hay una renovación en la poesía contemporánea, lejana a la mera construcción verbal a la que se nos ha acostumbrado en los últimos años. Aquí existe el verso, porque el verso sustenta a la poeta. Es en él donde se encuentra la vida, la muerte y los posibles dobles que hemos de encontrarnos.
            Al leer estos versos el lector podrá sentir, de hecho, que está leyendo una confesión frenética y dimitida. Podría sentir, incluso, que es su doppelgänger quien ha escrito esta poesía.
           







Obras citadas

Leonardo, José Roberto. Vania Vargas, una poeta en la ciudad. Prensa Libre. Cultura. 2011. Entrevista disponible en Internet: http://www.prensalibre.com/cultura/cultura-literatura-poesia-escritora-Vania_Vargas-Guatemala_0_463153824.html

Vargas, Vania. Quizá ese día tampoco sea hoy. Guatemala: Editorial Cultura, 2010.




[1] Estaba cansado de encontrar páginas cien por ciento construidas desde la anáfora de moda que muchos poetas han tomado como bandera.
[2] Vargas, Vania. Quizá ese día tampoco sea hoy. Guatemala: Editorial Cultura, 2010. Todas las citas que provengan de este libro se indicarán con el número de página entre paréntesis.
[3] Yo agregaría ensayo y crítica, pues la editorial Del Pensativo incluye como prólogo en su más reciente edición de la novela de Luis de Lión, El tiempo principia en Xibalbá, una propuesta de lectura de la quetzalteca.
[4] Varias conversaciones con amigos poetas que han trabajado o compartido con ella me permiten acotar esto.
[5] Leonardo, José Roberto. Vania Vargas, una poeta en la ciudad. Prensa Libre. Cultura. 2011.
[6] Sin embargo, algunos poemas, como The Ballad of Bonnie Parker, figuran en ambos poemarios. Cuentos infantiles se divide en cuatro partes: Las marionetas no mienten, Mi hermanastra habita en los espejos, Todos los niños crecen, excepto uno y Bestiario.
[7] Lo que Francisco Morales Santos ha definido como “vida-muerte-vida” en la contraportada del libro.
[8] Leonardo, José Roberto. Vania Vargas, una poeta en la ciudad. Prensa Libre. Cultura. 2011.
[9] Contraportada del libro.